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De letras y músicas – Columna dominical de Mario Cuevas

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Los cuatro protagonistas de la columna de hoy no son músicos, son escritores. Nos fascinan constantemente con sus relatos y reflexiones cada vez que recurrimos a ellos, pero hoy los convocamos para conocerlos en una faceta diferente: sus pasiones y conocimientos musicales. Unos con mayor propiedad, otros no tanto, pero todos con la cuota de lucidez y genialidad que los retratan. En definitiva es una suerte de miscelánea que espero que ustedes disfruten tanto como lo hizo quien suscribe.

Gabriel García Márquez y el bolero
Nuestro primer convocado es Gabo entrevistado en Cuba por Armando López en 1985 hablando exclusivamente de música:
‘Una vez oí decir que era una aspiración de García Márquez escribir un bolero’, afirma el entrevistador.
“No solo era una aspiración. Estuve tratando con Armando Manzanero de hacer un bolero, por lo menos durante un año. Y es lo más difícil que hay. Poder sintetizar en las cinco o seis líneas de un bolero todo lo que un bolero encierra es una verdadera proeza literaria.
Manzanero llegó hasta a decirme que escribiera el argumento que él lo versificaba, pero yo lo que quería es escribir la letra completa de un bolero. Traté con Silvio Rodríguez también. Con Silvio fuimos más lejos con el experimento. Le di el argumento y él me dio en un casete la métrica, el número de sílabas que podía tener cada verso, inclusive las terminaciones de la rima. Estuve meses tratando, pero no pude. Es muy difícil. Un bolero es algo que admiro muchísimo.”

Un Gabo melómano
“Cómo me gustará la música, que no puedo escribir oyendo música, porque le pongo más atención que a lo que estoy escribiendo – afirmaba García Márquez – Tengo que escribir en absoluto silencio, pero en las épocas en que estoy escribiendo oigo mucha música, y no sólo tomo información de otros libros y de la vida, sino también de la música y según lo que esté escribiendo es la clase de música que oigo.
Hablando de Bela Bartok, cuando escribí “El otoño del patriarca” casi escuchaba exclusivamente su música. Y qué sorpresa cuando me presentaron dos desconocidos que querían hacerme una entrevista y me dijeron: ‘Nosotros hemos estudiado bien “El otoño del patriarca” y hemos llegado a la conclusión de que la estructura de su novela es la del Concierto N° 3 para piano de Bela Bartok.’
Y yo me asusté. Creía que solamente había tomado de Bartok una serie de soluciones estéticas y de pronto estos señores me hablan y termino pensando que ellos tenían razón.”

Una revelación
‘¿Te hubiera gustado ser músico o cantante?’, pregunta López.
“Déjame contarte – contestó Gabo – canté profesionalmente hace muchos años en París, en un night club llamado L’Scala, donde nos reuníamos los exiliados latinoamericanos. Era una época tristemente gloriosa de América Latina con Batista en Cuba, ya había sido periodista, tenía una novela, “La hojarasca”, y estaba escribiendo “El coronel no tiene quien le escriba”. Pero había que sobrevivir, nos reuníamos en L’Scala no para consumir, sino para cantar y ganar algo. Yo cantaba en un grupo con Soto, el pintor venezolano. ¿Y sabés qué cantábamos? , pues canciones mexicanas. ¿Cuánto pagaban? Bueno, se hacían arreglos. Ganaba por noche unos 500 francos, algo así como un dólar. Pero vivía, o mejor sobrevivía, y yo me decía: si logro medio vivir voy agarrando algo.
Todavía anda por ahí un casete que Carlos Fuentes, el novelista mexicano, está loco por rescatar, donde él y yo cantamos un long play completo de canciones mexicanas a dos veces.”

El perseguidor: “Esto lo estoy tocando mañana”
Julio Cortázar era un consumado melómano, sus textos están plagados de citas y comentarios sobre músicos y obras musicales, en “Rayuela”, una de sus obras más representativas, incluye comentarios sobre un importante número de músicos de jazz, uno de sus géneros preferidos. Cómo obviar “El perseguidor”, cuento que escribió inspirado en el saxofonista Charlie Parker y que es una especie de ‘Rayuelita’, al decir del autor. En el primer párrafo, habla en primera persona Bruno, crítico de jazz, amigo de Johnny Carter, el saxofonista protagonista del cuento; en el segundo, es Johnny que reflexiona sobre la música y el tiempo:
Bruno: “Soy un crítico de jazz lo bastante sensible como para comprender mis limitaciones, y me doy cuenta de que lo que estoy pensando está por debajo del plano donde el pobre Johnny trata de avanzar con sus frases truncadas, sus suspiros, sus súbitas rabias y sus llantos. A él le importa un bledo que yo lo crea genial, y nunca se ha envanecido de que su música esté mucho más allá de la que tocan sus compañeros. Pienso melancólicamente que él está al principio de su saxo mientras yo vivo obligado a conformarme con el final. Él es la boca y yo la oreja, por no decir que él es la boca y yo…”
Johnny: “Apenas un minuto y medio por tu tiempo, por el tiempo de ésa – ha dicho rencorosamente Johnny – Y también por el del ‘métro’ y el de mi reloj, malditos sean. Entonces, ¿cómo puede ser que yo haya estado pensando un cuarto de hora, eh, Bruno? ¿Cómo se puede pensar un cuarto de hora en un minuto y medio? (…)
Bruno, si yo pudiera solamente vivir como en esos momentos, o como cuando estoy tocando y también el tiempo cambia… Te das cuenta de lo que podría pasar en un minuto y medio. Entonces un hombre, no solamente yo sino ésa y tú y todos los muchachos, podrían vivir cientos de años, si encontráramos la manera podríamos vivir mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes, de esa manía de minutos y de pasado mañana…”

“Diálogos, Borges-Sábato” (1976) – Orlando Barone
Hay un delicioso libro de conversaciones entre Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato, coordinado por Orlando Barone en diciembre de 1974. Un pasaje de la charla nos viene como anillo al dedo; en él, Borges y Sábato intercambian pareceres sobre el rock de esos días:
Borges: ¿Qué música le interesa a la juventud de hoy?
Sábato: La música rock.
Borges: ¿El estruendo, el ruido?
Sábato: No seamos injustos. Sé que a usted, en general, no le interesa la música. Pero los Beatles son grandes músicos.
Borges: Creo que sí. Mi sobrino me dijo una vez: vas a oír un disco. ¿Qué es?, le pregunté. No voy a decírtelo, me contestó. Puso el disco, lo oí y quedé muy enternecido. Eran los Beatles. Si hubiera sabido de antemano me hubiera puesto en guardia. Que es lo que me pasó con los blues, que yo pensé que no me gustaban. Un día, Ulises Petit de Murat me hizo escuchar ‘Saint-Louis Blues’. “Esto es lo que no querías oír”, me dijo.
Sábato: Sí, es conmovedor. Pero a los chicos les gusta otra cosa música, que surge del jazz pero que no es el jazz.
Borges: Y el jazz ¿por qué no? ¿Acaso los instrumentos son distintos?
Sábato: En muchos casos sí, han introducido nuevos instrumentos como la guitarra eléctrica, el órgano y la cítara. Sonoridades a veces traídas de la India o de la música Barroca.
Borges: ¿Es música alegre o triste?
Sábato: De todo un poco: alegre, triste, nostálgica, a menudo tierna.
Borges: Cuando estuve en los Estados Unidos oía mucha música que no sabía bien si era para tristeza o para alegría.
Sábato: Hay un renacimiento de la música del Oeste, pero hecha por nuevos músicos nuevos, tipo Joan Baez o Bob Dylan. Canciones muy hermosas, a veces con restos de antiguas baladas irlandesas o escocesas.
Borges: Sí, la influencia de la soledad en las grandes llanuras.

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