El ‘Pampa’ Otonelli cerró en la primera hora del domingo la edición 1 de la peña Peñi Hue (rincón de amigos, en mapuche), organizada por el chef Gastón Salgado y colaboradores.
Fue en el Club Buenos Aires, en su sede ubicada a la vera de la ruta nacional 226, un predio hermoso para una propuesta así. Como el clima lo ameritaba, se realizó al aire libre, en inmediaciones al quincho y la pileta. Concurrió poca gente, el encuentro merecía más, aunque para ser la primera vez quizá no estuvo mal. La peña no tuvo mucha difusión, y de algún modo se ubicó como una suerte de ‘tercera vía’ entre dos alternativas musicales que tuvieron lugar en el mismo segmento horario en otros puntos de la ciudad: el primer patio cultural Monte Adentro, organizado por el colectivo “Tierra Viva” en una casa de prolongación avenida 25 de Mayo, y la cumbre de rock duro que se desarrolló en Estudiantes, con la participación de bandas bolivarenses y de la región.
Otonelli, que es guitarrista de Laura y Los de Negro, volvió después de bastante tiempo a los escenarios como solista, y eligió para la ocasión un puñado de canciones festivaleras, de esas con las que el público promedio empatiza de inmediato: Zamba para olvidar; Estamos prisioneros, de Horacio Guaraní; Todo el amor que te di, de Argentino Luna; una de Tamara Castro y una de Los manseros santiagueños, entre otras.
La referencia a que el encuentro merecía más también apunta al ítem cantina, que ofreció a valores razonables un suculento asado de vaca y cordero, con papas fritas, ensaladas, gaseosas, cervezas y vinos, más postre helado. También hubo empanadas criollas (como entrada) y locro, para los gustosos de una opción que les permitiera ‘descansar’ de la carne asada tan típica de los eneros bolivarenses de reencuentros y maratón de brindis. Todo riquísimo, elaborado y servido por un equipo de moz@s y cociner@s a las órdenes del mentor de la propuesta.
La apertura de la peña estuvo a cargo de Hernán Caraballo, cuando las primeras empanadas empezaban a llegar a las mesas para acompañar al vino, que ya había arribado, y a la espera de un redondo asado que (encima) incluiría los clásicos choris y hasta chinchulines, una ‘achura-vedette’ que ya casi ni se ve en parrillas. Caraballo fue al hueso, con una andanada de zambas y chacareras invencibles de nuestro reservorio cultural argentino, interpretadas con solvencia por el que tal vez sea el mejor cantante del folclore vernáculo. Zamba de usted, Luna cautiva y Chacarera de las piedras fueron los caballos de fuerza de su motor cancionero, y prepararon el ambiente para el golpe final con Canción con todos, de César Isella, con referencia a la patria grande incluida. Sin embargo floreció un bis: Zamba del carnaval, del ‘Cuchi’ Leguizamón.
Tras una breve performance de Adriana Palmieri, de Folclore en Movimiento, se presentó Diego Peris, que además ofició de sonidista del encuentro. Adentro el salón lucía listo para recibir a unos cincuenta comensales, pero el público eligió ubicarse afuera, bajo el alero. Los músicos tocaron sobre el prolijo pasto, con los árboles del club, la pileta, los caminos internos del barrio e incluso la ruta como paisaje de fondo. Y una redonda luna llena, para quien quisiera levantar un poco la vista…
En voz y guitarra, el más versátil músico bolivarense de hoy también fue a lo seguro, lo que revela que ese ha de haber sido el criterio para esta primera vez: Alfonsina y el mar, La Sixto violín y Tonada de un viejo amor, temas que ya no son de nadie al ser de todes, conformaron la descarga inicial. Pero después Diego Abel se corrió de lugar, para ofrecer dos obras propias. La primera, una chacarera compuesta durante los primeros años dos mil, con la que intentaba explicarle a su hoy ex novia (conste que le avisó, y con poesía) que si se ponía a competir con la música, perdería. Chacarera del destino, dijo su autor que podría llamarse. La segunda pieza propia, Zamba a Ramiro, produjo el momento más emotivo de su set y quizá de la velada. Con mucho sentimiento Diego interpretó esta canción dedicada a su amigo y cumpa de Los Aparceros, Ramiro Curti, que falleció a los 22 años a fines de febrero de 2005, instantes después de una descompensación cardíaca mientras disfrutaba al costado del escenario del show de Abel Pintos en el Cantabolívar, que ese año se realizó en la Rural. (Esa inolvidable negra noche, a 300 kilómetros de acá moría Pappo, tras caer de su motocicleta y ser atropellado en una ruta de Luján.)
Peñi Hue es una novedad, que acaso se volverá costumbre ya que sus fundadores piensan en explotar el lugar más allá del verano, y para eso cuentan con un confortable quincho, una buena parrilla y una legión de músicos locales y regionales rica en variedad, calidad y deseos de ofrecer lo suyo.
Para buena parte de la música que se cuece en la ciudad, en especial para el rock, el año ha comenzado traccionado por la autogestión, ya que el estado municipal, léase la Dirección de Cultura, parece no registrar la existencia de ciertos artistas y ciertos públicos, que no están en contra de la sempiterna y necesaria cumbia pero tampoco les interesa. (Sólo se es plural atendiendo a las minorías, y el pluralismo debería ser un imperativo de todo gobierno democrático que no vea a la cultura con ojos de leñador macrista.) Cerrado Sapulandia y con una Lomada que no abre con la regularidad de otros veranos, han surgido tres nuevos espacios que nuclean movidas musicales, cubriendo así una necesidad social de alimento cultural acaso minoritaria pero tan legítima como la de las mayorías: el patio Monte Adentro, el club Estudiantes y ahora también la peña Peñi Hue, que parece sí más pensada para un público masivo, y que volverá a abrir instalaciones el domingo que viene para la presentación de Laura y Los de Negro y Agayudos, de Laprida.
Chino Castro
