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Médanos de Roble, “La 8”, cumple hoy 58 años como institución

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El club Médano de Robles, La 8 cumple hoy 58 años de vida institucional ya que el 20 de mayo de 1962, con la inauguración de la cancha de fútbol que hasta la actualidad se encuentra en cercanías de la escuela, la entidad comenzó su historia que mantiene hasta estos días.

“Los vecinos se reunían en casas diferentes los domingos y así surgió el fútbol. La más visitada era la casa de don Bernardino Rivas, ahí había varios chicos y surgió la idea de formar un cuadrito. Rivas prestó el campo, formaron la cancha e invitaron a la 140 a jugar. Después Curutchet cedió el campo que está junto a la escuela, donde aún existe. En una época también había cancha de bochas, algunos jugaban al fútbol y otros a las bochas, pero después se fue terminando eso y ahora sólo está la cancha de fútbol”, recordó Gladys Castaño de los inicios de la institución.

Para contar la historia del club, o parte de ella, nada mejor que releer el libro 50 años Fútbol Rural Recreativo 1960 – 2010, que el sociólogo bolivarense Miguel Ángel Gargiulo publicó en 2010. A continuación se transcriben textuales del apartado que Gargiulo destinó a La 8:

“Cuando Roisber Rivas convidó a un grupo de amigos para jugar al fútbol, en el campo de Ochoa contra un equipo del paraje Avellaneda, no sospechaba siquiera que estaba sentando el precedente fundacional de La 8. Tampoco sabía que la denominación que pondría, quedaría gravada para siempre dotando de nombre inconfundible al equipo: Médanos de Roble.

Tras aquella primera vez, trascendental, quedó conformada una informal cofradía de muchachos que seguirían juntándose para jugar fútbol. Instalada ya la periodicidad, surgió la necesidad de agenciarse de un lugar más o menos permanente para hacerla valer, así fue que Rivas sugirió utilizar un potrero suyo cerca de la calle y en él alzaron dos arcos con palos de acacia. Roisber estaba casado con Gladys Mabel “Chichita” San Juan, hermana de Henry y Cacho San Juan, otros generosos emprendedores. Gladys Castaño, esposa de Cacho San Juan, recuerda: “el fútbol nos daba la posibilidad de trabar relaciones con distinta gente. Cacho y yo, por ejemplo, nos hicimos de novios en aquellos tiempos, como muchísima gente. Era algo más que fútbol, ha sido una parte enorme de nuestra cultura, de nuestra forma de ser”.

La primera locación, improvisada y todo, favoreció la localía cuando llegaban equipos de afuera y el entretenimiento de amigos cuando no había encuentros pactados. No obstante, la necesidad de gestionar un terreno sustentable, casi propio, llegó cuando don Loreto Curutchet le cedió a los futbolistas un pedazo de campo para que hicieran, finalmente, la cancha allí. La generosidad del vecino, encontraría rápida acogida entre los entusiastas del balón. Entonces, el nuevo campo de juego, esa suerte de tierra prometida para los feligreses del fútbol, llevó a pensar en arcos nuevos, de caño. Para ellos Javier Pérez y su hijo Adolfo pusieron manos a la obra: el joven Adolfo vino a buscar los caños a Bolívar, con tractor y acoplado, y luego entre padre e hijo los cortaron y soldaron en casa. Faltaba nivelar la cancha, entonces contrataron una máquina Champion que, para mejor, manejaba el Vasco Arrusa uno de los grandes jugadores del equipo. Cuando Arrusa terminó su faena, Adolfo le pasó un tambor lleno de agua, haciéndolo rolar para emparejarla. Finalmente plantaron pinos en los contornos del rectángulo para que los futuros espectadores encontraran sombra y cobijo. Y, para que nada quedara librado al azar, se organizaron para ir a regarla tres veces por semana, y a cortar el pasto de la cancha un par de días antes de los partidos. Marta Farías y Antonia Moriones, novia (por entonces) y madre, respectivamente, de Adolfo Pérez, al principio tomarían para sí el compromiso de mantener limpias las camisetas, medias y pantalones. Luego, se turnarían con las mujeres de los demás integrantes de la comisión.

Antonia reflexiona sobre el recuerdo “todo lo hacíamos con alegría, porque el fútbol, además de ser un deporte, se convertía en una excusa para agrupar a la gran familia del campo. Las mujeres, no todas claro, pero sí muchas, nos juntábamos a tomar mates y ponernos al día con la charla. No habiendo teléfonos ni tanto contacto social como ahora, y viviendo en la zona rural, el domingo de fútbol era la mejor de las oportunidades para tener una excelente vida social. Y a veces, hasta mirábamos algún partido importante de nuestros equipos”.

Mientras el paso de los primeros años vio moverse de un lugar a otro el campo de juego, no fue así con los colores que se convertirían en la divisa de aquellos muchachos. Pina Noblía, que por entonces era empleado de zapatería Roma, se propuso como el vehículo para acceder a camisetas que se diferenciaran de todas las que conocían hasta entonces. Él se encargaría de comprarlas, mas primero había que sortear el sencillo obstáculo que representaba el dinero para hacer efectiva la acción propuesta. Rafael Mezquida, Cacho para los amigos, facilitó sus ahorros que alcanzaban la cifra de 220 pesos. Esa suma sirvió para comprar las camisetas, a bastones rojos y amarillos, y una pelota Superball.

(…) El 20 de mayo de 1962, por fin, pudo inaugurarse la cancha definitiva. Fue una jornada espléndida, con una multitud compartiéndola. El rival fue La 33 y arbitró el cotejo Cusildo Santillán. La 8 daba un gran salto hacia el futuro. El puntapié inicial, aquella tarde, lo daría el pequeño Julio, retoño del honorable Loreto Curutchet, hombre que en su afán por apoyar el deporte, no había trepidado en desprenderse de capital. Y más que eso, porque entonces el campo era algo más que un soporte para hacer dinero, constituía la esencia misma de sus habitantes.

La escuela, todavía gozaba de una matrícula generosa, y eso constituía un poderoso semillero dado que la mayoría de los alumnos se entreveraban recreo tras recreo disputando una pelota armada con trapos, y emulando los goles que veían hacer cada domingo, y anticipando los que harían de grandes, cuando por fin vistieran con orgullo los colores del barrio”.

Melina Gómez

Fotos gentileza Miguel Gargiulo

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