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jueves, 25 de abril de 2024
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La pandémica es dinamia

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La pandemia es dinámica, suele decir el intendente Pisano. Poco poética pero certera definición.

Cuando ingresamos en el túnel casi todes estábamos convencidos de que para abril ya habría algún bolivarense contagiado. Atricherades en casa, presas de una nueva, rara aflicción que era por los demás pero primero por un@ mism@, por eso parecíamos tan buenos en medio de esta llovizna que huele a diluvio.

Nadie creía que el ‘invicto’ local se sostendría hasta fines de junio. Nadie.

Pero los días pasaron, de a sorbos acopiamos confianza y empezamos a reclamar aperturas.

Promediando mayo nos asaltó la idea de que quizá por fin pronto asomaríamos la pelilarga cabeza con la medalla de invictes. Las aperturas pasaban como pálidos carteles a la vera de la ruta, y no ocurría ninguna tragedia: comercios abiertos, laburantes de oficios construyendo futuro para otro, o acaso también para ellos, y hasta los runners locales, todes ventilando su angustia y oxigenando sus bolsillos, en tanto el coronacrac aceleraba en CABA y conurbano. Sería peor, pero aún no lo sabíamos.

Nos pareció que el problema era de otros, qué tranquilidad.

Ya no éramos la ciudadita, como ácido nos definió Enrique Symns, sino la ciudadota: aguantábamos de pie mientras alrededor se caían todos.

Y estuvimos a milímetros de la fase 5. Varies ya recobraban el sabor del reencuentro con la familia y amigos, el módico glamour de alguna salidita en la ciudad invicta.

El asunto es que esto alguna vez terminará, pero no porque alguien baje una bandera a cuadros.

Hasta que estalló Olavarría.

Hasta que estalló Olavarría y la sirena que tanto turba al radimaurismo siguió sonando.

Entonces el miedo nos renació en cuerpo y mente con ese frío agror que sólo trae el contragolpe. De nuevo a tocarnos la frente a cada rato y mirar con ojos recelosos a nuestra propia sombra, que por ahí se entretuvo con alguien, tan sonrisal que es.

Nuestro cielito lindo volvió a modo tormenta, y casi todes renunciamos por anticipado a la chapa del dichoso ‘invicto’. En nuestra cabeza viajamos hacia el invierno argentino de treinta años atrás, pero Diego se iba roto, saltaba lo del bidón ‘picado’, una pelota entraba en vez de chocarse el travesaño y caíamos contra Brasil en ese Mundial que también fue una odisea. Y esperemos salir campeones del túnel-pandemia. Esperemos salir.

Esperando nacer, diría Serú Girán.

Cualquiera empezó a buscar por dónde “entraría el virus”, y todo era cuestión de horas. Reaparecieron los sanitaristas de cotillón con sus problemas para todas las soluciones, y hasta algún experto vernáculo en hisopados.

El anhelado asado del finde quedó crudo en la boca de un@s cuant@s.

Incluso en la montaña rusa del miedo hubo quienes salieron a pedir un reajuste de candados, que aerobismo mejor no y hasta creativas restricciones para protegernos de lo que en todos los mapas aparecía con las flechas rojas de lo inevitable e inminente.

Empezamos a mirar mal hacia la hermana Olavarría, al aguardo de que de un momento a otro por la ruta 226 comenzaran a bajar mutantes, gente zombi comida por la covid. Y menos mal que Fernández no liberó a los violadores, por ahora.

¿Colgarías, para repeler olavarrienses, un cartel de ‘La casa se reserva el derecho de admisión’ en la entrada a la ciudad invicta? ¿Le pondríamos la cara del ‘Gaucho’ Boero, o mejor alguna otra? ¿Te va la de un sonriente Marcelo?

Pero resulta que sumamos otros quince días sin casos, y la fe volvió a recuperar la punta en nuestro frágil inconsciente colectivo.

De repente era domingo, y el Día del Padre pasaba a la pandemia como alambre caído. El barbijo velaba los besos, pero los abrazos curaban todo. Chau pandemia, pan de nada, quién te conoce.

Ahora ya casi es julio y los albañiles siguen rompiéndose las manos para levantar cielos ajenos, o incluso un cielito propio; los runners corriendo hacia un mañana que ni asoma y hasta han abierto gimnasios y cafés, bien que ‘en gris’ (che, muni, ¡blanqueá! ¿¿Qué pensás, que Miró se te va a convertir en el Maracaná, la cancha del Flamengo??). ¿Pondrán un barbijero junto a la barra? ¿Cómo encarar un cortadito todo embarbijadito? ¿Instalaron un detector de edades, chilla la puerta si entra un viejo? ¿O es que estamos paladeando las mieles de una fase 5 no declarada? ¿Somos todes clandestines? ¿¿Y peronistas también?? ¡¡Blanqueen, che; eh, Pisanooo!!

Incluso en las próximas horas abrirían los restoranes. ¿Nos invitarán a rociar con alcohol en vez de con sal el legendario cordero con puré rústico de Antojos? ¿Aplicarán un esquemita de turnos, vale decir que ni se te ocurra pedir una parrillada, porque te rajan los del coqueto restó o te linchan los famélicos que esperan, encima después de cien días guardades? La Cabaña está al horno así: no se va a poder viajar hasta la ‘ventanita’, y convengamos que hay gente que no va a comer sino a pasear hasta la ‘ventanita’… (La Cabaña tiene como una ‘vuelta al perro’ interna, un circuito cerrado para amantes del chinchulín peregrino. Incluso podrían poner comercios, armar como un bulevar monitoreado por la Cámara Comercial y las fuerzas vivas. Paseás, te comprás alguna cosita y después cenás. Un domingo diferente.)

Sí señor, tienen razón nuestrxs abueles: cuarentenas eran las de antes…

Lo que no se entiende es por qué no vuelven los recitales. Unipersonales, desde ya. Con el público dibujado, como en la canchas de Europa. Sin bises.

A mediados de este mes, una mayoría hubiese dado su rotundo sí no sólo a que Bolívar no ingresara a fase 5, sino a que descendiera a la 3. Pero ese porcentaje se licúa mucho sólo dos semanas después: para qué, si continuamos ‘en cero’, ya son más de tres meses y estamos verdes, no nos dejan salir…

¿Con semejante ciclotimia votamos, tenemos convicciones de plastilina?

Lo peor de esta covid que degeneró en pandemia es que exige a la humanidad una condición que la modernidad ha ido vaciando de sentido: paciencia. No sabemos esperar, ya no se enseña. Cuando todo es líquido, la paciencia resulta un tótem que casi nadie llega a construir.

En la creciente cacerola del hartazgo, aprovechan para agregar su pimentón hasta algunes que la última vez que fueron a un café o la cancha aún contenía arsénico nuestra agua, ¿podés creer? Acá me avisan que los vieron en Cantabolívar la última noche que cerró La Mosca, imagínate, con este frío…Encima Pisano fumigó. Conviene bajarles el volumen (el copete no se les derrumba así nomás), como a un televisor con el programa de Maful.

Parece que Olavarría contagia menos que la honestidad.

Parece que somos rusos cuidando la frontera.

Parece que ya olvidamos a esa hermana a la que nunca terminamos de querer.

Parece que ya fue.

Hasta que alguien tenga la desgracia de contagiarse.

Hasta que alguien tenga la desgracia de contagiarse y la vituperada sirena de las 18 quiebre la cristalería de los brindis de diciembre.

¿Lo miraremos mal? ¿Le huiremos por años, incluso a sus hijos, parejas y ex, por si tuvieron una ‘recaída’?

¿Hay alguien capaz de ponerse en la cama de un enfermo, o llegamos hasta ubicarnos -un ratito- en la sillita de un pobre? ¿Se puede ser tan arrogante de creerse inmune? ¿Son impunes l@s que se creen inmunes?

¿Si levantamos paredes contra los pobres, qué levantamos contra los enfermos?

¿Nuestra precaria solidaridad se bancaría que el AMBA nos derivara enfermos al hospital, o mejor ejercitar nuestra entrenada caridad enviando colchones allá?

¿Estaremos dilapidando una hermosa chance de ser mejores, será que ‘nos la dejan picando en el área’ y reventamos el palo? En un asado somos todes buenes, el asunto es cuando se acaba el vine, y mejor me voy…

¿Se contagiará alguien, o seguiremos invictos? ¿Estaremos condenados al éxito?

¿El coronacuco será un minúsculo Drácula con tacones que andará en pueblos más glamorosos, más góticos?

A fines de los noventa, cuando el tópico inseguridad comenzó a horadar nuestra subjetividad pueblerina, se puso de onda aseverar que Bolívar “no es una isla”. ¿En lo relativo al cronoacrac sí lo seremos? ¿¡Somos la ‘covida’-2020!?

¿Hay premio para el pueblo que finalice ‘en cero’ este negro campeonato, algún bono provincial? ¿Le mandarán antes la plata de los aguinaldos de diciembre? ¿Le regalarán el célebre Clío que Bianco dejó tirado en el estacionamiento de la Gobernación?

¿Los anti-cuarentena recurrirán al soborno con tal de frustrar la ‘medalla’ a la que se aferra la gestión Pisano?

¿De verdad hay gente que con una fruición casi erótica desea que el recuperado Insaurralde haya contagiado a todo el gobierno?

¿Sirve el debate sobre si sirve sostener ‘el arco en cero’, cuando sabemos bien que el primer caso disparará una escalada, por parapetados que estemos con camas, respiradores, clavos miguelitos en los accesos y una variopinta red de articulaciones entre funcionaries? Aun así: ¿el invicto es un fin o un medio?

¿A quién le ‘facturaremos’ ese primer ‘covidado’, al intendente, la irresponsabilidad social o la maligna providencia? ¿La “culpa” siempre la tendrá el otro?

¿Llegará ese día, o esa noche? ¿Cómo entrenar la mente, además del cuerpo? ¿Y el corazón?

¿Alguien sabe a qué altura del partido vamos?

¿Alguien sabe dónde queda agosto?

¿Hacernos nuestro agosto sería seguir vivos?

¿Tendrá el mismo gusto, agosto?

¿Tendremos septiembre amor?

¿Qué descorchar si no tristeza con tanta muerte alrededor?

La pandemia es dinámica, dice el intendente. No es poética su definición y hasta parece un trabalenguas ‘lo-fi’, tipo tres tristes tigres comen trigo. Pero sí, la pandémica es dinamia. Y roguemos no sea dinamita. Ni dinámita. Ya demostró que lo es, el deseo apunta a que no le haga falta ratificarlo en este barrio del mundo.

La que no es dinamia es la paciéncica. Pero bue…

Así como ‘la pandémica es dinamia’, también debe ser dinámica la estrategia para defenderse del ‘pacman’. Siempre que se respete cierto ‘dibujo táctico’, nada de poner a un wing izquierdo de ‘8’, como harían esos DT que mejor deberían dedicarse a la taxidermia. Saltar de cucharas a tenedores sería letal, incluso en lo económico. ¿Reperfilar justo ahora que el país está al dente rumbo a los tres mil contagios diarios, una gran mayoría en nuestra provincia, cabalgando hacía un pico que nadie ve? ¿No reperfilamos bastante con respecto a marzo?

¿Los que piden libertad acá porque “hay que trabajar”, comprenden que también necesita esa libertad un repartidor de ballenitas que debe ingresar a la ciudad invicta? ¿O anhelan una desgracia de ‘Cubolívar’ pero al revés, bloqueada desde adentro?

Nunca hubo tanta gente con ganas de trabajar como en pandemia, lo que debería inflarnos el pecho de esperanza para el día de la resurrección.

El presidente fue claro cuando en marzo anunció que cuidaría la vida, ya que una economía rota siempre puede levantarse. Eligió vivir y dejar vivir, porque la muerte no necesita libertad. (Nunca prometió ‘muerte cero’, algo imposible que sin embargo sirve como utopía, para andar.) Entre grandeza y bajeza, escogió la primera. Con su planteo comulgó una extensa e intensa mayoría del país, incluido Bolívar. Éramos todos humanistas, y no parece que hubiera motivos para cambiar justo en medio del río, aún ciento y pico de días después.

Chino Castro

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