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La obediencia es un problema

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Cuando pensamos sobre la autoridad, rápidamente la asociamos a su contracara que es el cumplimiento de lo que de ella se deriva. Se cumple, se obedece. Si la respuesta a la autoridad se entiende como obediencia, también se está entendiendo la materialización del ejercicio de la ley en su vertiente prohibitiva, represiva. Para que sea eficiente tiene que provocar en quien es convocado a responder a lo que desde la autoridad se enuncia, algo que implique una dificultad para manejar, resolver, a solas. Como por ejemplo, el miedo.

Este es un modo autoritario de ejercicio del poder. Que para pedir y lograr la obediencia tiene que garantizar la reducción, por ejemplo del miedo, al que esta forma de autoridad, en realidad, incrementa, y le funciona como reaseguro. De hecho, siempre se destacará en el discurso que la sostenga, sobre las temerarias consecuencias para quien no obedezca. Por eso se hace uso de la culpa como el castigo. En términos lógicos, en un principio hay alguien que está dispuesto a culpar, contando con los artilugios discursivos que lo habilitan, para que terminemos sintiendo culpa en carne propia.

Si lo pensamos teniendo en cuenta la situación que estamos atravesando, podemos identificar desde dónde respondemos. Estamos ante una Pandemia, a diferencia de otras pandemias que han ocurrido históricamente, hay una significativa diferencia. Hoy se puede tratar la enfermedad que provoca el virus, pero no se puede tratar a toda la población. Esta variable lleva a que el confinamiento, aislamiento, según se llame en cada país, sea la medida a adoptar, para regular la progresión de los contagios, y hacer entrar en juego a la variable “posibilidad de tratamiento”.

¿Cómo respondemos a esa medida? Si hacemos una lectura, han predominado estrategias de restricción, prohibitivas, no necesariamente desde la disposición en sí misma, sino también cómo han contribuido a ello las distintas interpretaciones y su puesta en práctica. En algunos casos, incluso, hasta constituye un exceso. Pero ¿por qué puede constituir un exceso? Y aquí hay que introducir algo más. Aunque pareciera que predomina la vertiente prohibitiva, porque el comienzo es la formulación de un “no” a muchas cosas, para que sea efectivo, no puede limitarse a prohibir. Es necesario que haya una inducción, que posibilite poner en juego algo del orden de los ideales. Hay que proponer ideales. Y ahí aparece la cuestión del cuidado. El discurso del cuidado.

Nadie podría oponerse a la importancia del cuidado de la vida, y a establecerlo como una prioridad. Lo que ocurre no se trata de pensar en términos de sí o no, y enmarcar en una oposición binaria las distintas opciones de regulación posibles. Se trata de pensar en cada resolución qué se está cuidando y qué se está descuidando; qué concepto de salud se está considerando.

Hay diferentes maneras de entender el cuidado. Un cuidado que se entiende con fallas, por lo tanto, no puede ser absoluto, es una posibilidad. Otra es pretenderlo absoluto y ahí de lo que se trata es más bien del control autoritario.

 

Tipos de ciudadanos

Tanto el cuidado absoluto o control autoritario, como el ejercicio de la autoridad desde el cual se espera obediencia y adaptación, articulan discursos. Y esto nos da la posibilidad de pensar: ¿Qué tipo de ciudadano sostiene estos discursos? Un ciudadano sometido y obediente.

¿Qué pasa si el miedo pasa? Aparece la negación y el lugar para los desbordes, y todo tipo de descuidos tiene lugar.

En cambio, podemos situar otra dirección para el ejercicio de la autoridad que conlleva la potencialidad de construir una libertad responsable. En lugar de ciudadano obediente, ciudadano responsable. Como resultado, en lugar de la culpa, estaría la libertad responsable. Para ello hay que dar lugar a la construcción en el “entre” de las relaciones de poder, al estar de acuerdo. En este asunto de la Pandemia, claro que es importante construir un estar de acuerdo respecto del cuidado. Justamente porque no se puede imponer el desear cuidarse o el desear cuidar a otros, es que esta dirección no autoritaria del ejercicio del poder podría encontrar mejor asidero, sobre todo, a largo plazo.

En la medida en que no podamos repensar los discursos hegemónicos actuales, que resaltan el miedo como principal motor para la decisión individual, la obediencia y el sometimiento como la mejor forma de ciudadanía, que la salud se reduce a lo biológico, que lo esencial es sólo aquello vinculado a lo productivo, difícilmente se logren estos “estar de acuerdo” que promuevan la libertad responsable como respuesta ciudadana.

Atravesamos momentos de mucho desconcierto, de temores bien fundados, enfermedad, muerte, sufrimiento. Incertidumbre, pérdidas, suspensión de proyectos. Nuevas exigencias. Necesidad de control poblacional con eficiencia en el corto plazo. Pero eso caracteriza a la emergencia. Pasada la emergencia, o en otro momento de la emergencia, o en un país en el que hay contextos de emergencia muy distintos, hay que mirar el nuevo escenario y situar por qué lo transitorio ha de ser transitorio, y qué cosas importan y no pueden suspenderse ni dejar de contemplarse en absoluto, sin importar el tiempo que pase. Porque esto viene para largo.

 

Convivencia con el virus y libertad responsable

Convivir con el virus constituye una realidad inevitable, al menos hasta que se advierta un posible retroceso de la situación de contagio. Ello nos lleva, en principio, a la problematización de: aquello que se demarca como esencial; los espacios para los cuales es posible pensar en protocolos que contribuyan a reducir riesgos de contagio; la consideración del alcance respecto de los grupos poblacionales tenidos en cuenta.

Apelar a la libertad responsable conlleva la oportunidad de construir un “entre todos”, a partir de una capacidad personal que se hace solidaria del estar juntos en esto. Que cada quien decida desde su posicionamiento qué lugar va a ocupar al respecto, no desde la obediencia, sino desde la implicación.

Colaboración: licenciada Cecilia Luna, psicóloga

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