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martes, 23 de abril de 2024
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“Tenemos que actuar, sobre todo, la esperanza”

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Desde que tiene memoria, Ana María Chaves es docente. Le gustaba la escuela, estar en la situación donde alguien proponía algo que la desafiara. Sus actividades preferidas de niña eran leer y jugar a la maestra, cosa que hacía en el lavadero de su casa, que oficiaba de salón, para un alumnado conformado por sapos -había descubierto que eran más tranquilos que los gallinas y los patos, y más manejables que los siete gatos que tenía- y muñecos. Leía bajo la sombra de los árboles del patio. Desde sus seis años leer fue su refugio, un lugar “en el que no entraba nadie”.

Es docente por su padre, Efraín, y por Adolfo Cancio, su profesor de Literatura en el ex Colegio Nacional, a quien llama “mi ídolo”. Ella quería ir a la escuela para estar con sus amigos y amigas y con Cancio, con quien durante sus años de formación universitaria proyectaba compartir la tarea docente, un sueño que quedó trunco por su muerte. Efraín y Adolfo se conocían, y hablaban de Ana. El profesor y ella tenían una relación especial, a él le gustaba mucho cómo leía y cómo escribía Ana, y con Efraín se pusieron de acuerdo para oficiar de guías de la piba por el paraíso de la lectura, seguramente convencidos de que leer bien la llevaría a pensar bien y escribir bien.

Para ser maestra, había que hacer el ciclo superior de Magisterio en el Instituto Jesús Sacramentado. La familia Chaves no podía afrontar la cuota que el colegio cobraba, pero Efraín ofreció a cambio algo interesante: “Me dio su palabra de que podría ser profesora de lo que quisiera”, evoca Ana en charla con el diario el jueves pasado, Día del Profesor. “Me dolió, lloré, pero al mismo tiempo tenía la serenidad de que mi sueño se iba a cumplir”.

Se decidió por el Profesorado en Letras en la Universidad de La Plata. No pudo contarle a Cancio su sueño de volver para dar clases a su lado, y aún le duele. “Tuve un bajón grande. Una parte de mi sueño ya no iba a cumplirse y eso me tiró para atrás. Lloré muchísimo, lloré la muerte del profesor Cancio como la de un familiar”, recuerda con renovada nostalgia, vía telefónica desde su hogar.

El para qué es docente lo descubrió mucho después. Cursó entre 1970 y 1975, en una Argentina prendida fuego que se encaminaba a cosechar uno de sus más siniestros frutos sociales, políticos y económicos. Años que le permitieron “una apertura de cabeza inimaginable”, mientras colocaban a su ávido paso desafíos “sólo teóricos”. Justamente por eso, ingresar al aula a realizar las prácticas y ver que “no había sapos ni muñecos, sino seres de verdad”, le produjo “un shock: lo primero que me planteo es qué pedazo de responsabilidad tiene esto, qué desastre puedo llegar a hacer…”.

Ya graduada, dedicó gran parte de 1976 a seguir estudiando; no se animaba a entrar al aula. En 1977, pudo. Su primer trabajo fue en una escuela secundaria privada “muy elitista”, de Berazategui. Gramsci fue clave en ese período, le terminó de “abrir la cabeza” con su concepto de intelectual orgánico, que rigió toda su carrera. 

El ejercicio real de la profesión le demostró que el grado de responsabilidad de un formador escolar era aún mayor. “No se trata sólo de lo que sabía y de cómo transmitirlo, sino de un compromiso de piel a piel, de persona a persona, de mirada a mirada, de valores y marcos ideológicos puestos en juego, del corazón, la garganta y la cabeza funcionando al mismo tiempo”, remarca. Ese compromiso atañía en principio a lo humano: “Primero el vínculo afectivo”, sin el cual “no se puede construir nada”. Ana tuvo la “clara conciencia de haberme transformado en un puente, porque para mí los docentes somos un puente”, define la ex directora de la Escuela Media Nº2 y su anexo La Vizcaína, que contribuyó a fundar junto a los vecinos del sector rural conocido como ‘La 14’, y que acaso constituya su máximo mojón al sistema educativo.

 

MILAGRO EN EL AULA

Después de todo tu recorrido docente, ¿lograste aquello que soñabas?

– Sí. Logré el equilibrio que necesitaba, que no fue fácil; logré dejar los problemas personales fuera del aula, no llevarme los problemas personales de mis estudiantes y entender que necesitan siempre que actuemos. Necesitan que seamos actores de la confianza, la fe, el optimismo, la autoestima. Tenemos que actuar la felicidad, aunque no la tengamos y en ese momento estemos atravesamos por otras cosas. Tenemos que actuar, sobre todo, la esperanza. Para poder transmitirla y darle fuerza al otro. Debemos ser conscientes de la mirada del otro, tengas a quien tengas delante. Cuando ves en la mirada el hastío, la rabia, la falta de curiosidad, tenés que darte cuenta de cómo trabajar para revertir la situación, porque al menos para mí no hay nada más cercano al milagro que cuando un par de ojos se levanta, se levanta una cabeza, y en la mirada se ve esa luz del ‘lo entendí. ¡Ahora sí esto es mío!’. Ese momento es sublime para un docente, no hay nada que se le parezca.

 

COSECHARÁS TU SOMBRA

¿Qué es lo que más te gusta que te diga un ex estudiante?

– Lo más importante es que me recuerden. Que no hayamos pasado ni su docente ni su escuela como nada por su vida, que haya servido para ese ser humano algo de lo que uno hizo, soñó, pensó y estudió. No es como cuando echás una semilla en una quinta, esperás una temporada y podés cosechar el fruto. En el caso de los docentes, sobre todo los de secundaria, que quizá veamos un año al estudiante y no más, no sabemos qué pasó. De lo único que podés estar seguro es del profesionalismo, la responsabilidad y el amor con que intentaste sembrar. Sembrás a ciegas, para un futuro que no verás. Sembrás un árbol a cuya sombra no te sentarás, como me escribió una vez un alumno. ¿De qué manera uno se sienta, en esta corta vida que tenemos, debajo del árbol que sembró? Cuando alguien te recuerda y te pone ahí, cuando ese árbol te ubica bajo su sombra. Por las tuyas no volvés.

(…) Una ex alumna me dijo que recordaba una frase que siempre les decía, y que dije siempre: que no llega necesariamente el más inteligente, sino el más perseverante; que la cuestión no es no caerte, sino poder levantarte cuantas veces sea necesario; que alguien va a creer en nosotros y en nuestra capacidad de levantarnos; que siempre va a haber alguien que va a creer; y yo creía, siempre creía. No es la materia ni la escuela el principio ni el fin de nada, sino una etapa de un largo camino. Ella me dijo que eso le había servido para su vida. Hoy es una mujer grande, con sus hijos crecidos, y contaba que les transmite eso cuando los ve flaquear. Para mí eso es todo, ya está, con haberlo logrado con alguien está justificado el trabajo de casi cuarenta años. Para eso somos docentes, para eso se elige la profesión.

Chino Castro

Tu techo es el cielo

Una parte de la sociedad acusa a los maestros de poco menos que culpables de todos nuestros males. ¿Por qué pasa y cómo te llevás con eso?

– El docente es una persona que trabaja en un sistema que es político, y desarrolla una tarea política. Hablo de política, no de partidismo político. Nada hay más político que la educación, por lo tanto nada ha sido más usado políticamente. Según las etapas que nos han tocado vivir, ha habido docentes que se han adaptado cómodamente a distintas circunstancias, y otros que han cavado trinchera. No digo que esté bien ni mal, pero yo sabía en la época de los milicos que tenía que cavar una trinchera. No todos hicieron lo mismo, hubo quienes a sus estudiantes les decían que estaba muy bien que desaparecieran gente, y que se hablara de los dos demonios. Eso siguió pasando. Cuando viene la democracia vivimos lo mismo: aparecen los centros de estudiantes pero también la resistencia feroz a la participación estudiantil en las instituciones educativas. No se podía hablar de partidos políticos adentro de la escuela. Recuerdo la lucha para que un estudiante mío que fue con una boina blanca no resultara amonestado y expulsado. Algunos resistíamos todo esto, y otros lo azuzaban. La historia de siempre.

Pasó mucha agua bajo el puente pero aún hay, sobre todo en el interior, una resistencia grande a la inclusión estatal absoluta: hay docentes que creen que no tiene por qué estar todo el mundo en la escuela. Que trabaje o estudie, y que si no sirve para estudiar, vaya a trabajar. Todavía hay quien le pone techo a la gente. Ni siquiera han pensado en el piso de esa persona y ya le están poniendo techo. Todavía hay quien coloca lápidas sobre un estudiante, su familia y sus posibilidades. De hecho, muchas de las batallas culturales que hemos perdido, no las hubiéramos perdido si la mayoría de los docentes no hubiesen entendido a la docencia como un trabajo al que se va a cobrar un sueldo y cuanto menos trabajo, mejor.

 

Tarea fina

Chaves afirma que cualquiera puede aprender, pero no cualquiera puede enseñar: “Damos vida o matamos”, enfatiza sobre una “profesión delicada”: “No seas docente si no sentís que si no, no podrías vivir”, aconseja.

 

¿Por qué el de docente no es un trabajo como cualquier otro?

– Nos parecemos a los profesionales de la salud: damos vida o matamos. Nosotros metafóricamente, pero también podemos matar. Matamos lo que esa persona tiene de fe en sí mismo; le matamos la posibilidad de un futuro; le matamos la confianza. Todo ser humano puede aprender, pero no todo ser humano puede enseñar. Hay que saber que si uno no es docente, no es ninguna otra cosa. Yo no hablo de vocación, creo que se usa para tapar otras cuestiones, y por vocación hay que aguantarse no tener derechos como cualquier trabajador, ser discriminado en un montón de cosas. Hablo de ese sentido de responsabilidad que la profesión implica. No seas docente si no sentís que si no hacés eso, no podrías vivir. No seas docente para tener una obra social barata o porque es lo único que hay para estudiar en un pueblo chico. No seas docente porque pensás que te vas a casar bien y con el sueldo de tu pareja vas a vivir mejor. ¡No, sé docente porque querés esa profesión y no otra!

Hasta hoy pagamos las consecuencias de los noventa, cuando entró a la docencia un montón de gente que no tenía otra posibilidad, pero no amaba la docencia. Así como tuvimos una educación espantosa, la peor que recuerde incluida la de los años de dictadura.

Los docentes, como los políticos, los médicos y cualquiera, somos emergentes de una sociedad. Y cuanto mejor sea la sociedad de la que provenimos, mejores seremos. Ahí no hay tu tía, no nos eligen por el voto. Si un estudiante pudiese escoger a qué aula entrar y a cuál no, muchos nos hubiésemos quedado sin trabajo. El estudiante recibe de uno autoritarismo, uno es peronista, el otro socialista, el otro comunista, el otro radical, al otro le importa lo que está haciendo, el otro va por la obra social barata. El problema es que entendamos la importancia de la institución escuela, su impacto en la vida de cada persona que pasa por ella.

La jerarquización no se mide sólo por el sueldo, que por algo siempre ha sido bajo. No puedo permitir que el sueldo diga si trabajaré menos, más, mejor o peor. Si no me gusta, me voy. Si voy a quedarme, con dos pesos, con diez mil o con un millón, mi trabajo tiene que ser el mismo, porque mi profesión es muy delicada, no es para cualquiera, ni para hacer cualquiera.

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