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martes, 23 de abril de 2024
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La ‘gorra’, o Bolívar de ‘sombrero’

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De la mano del comité sanitario, el intendente Pisano hizo lo único que podía en esta dramática coyuntura: imponer cierres de actividades y restricciones sociales para detener la explosión de covid: 9 el miércoles, 9 el jueves, 6 el viernes, 17 el sábado, 21 el domingo, 17 el lunes y 16 el martes, redondean un total de 95 contagiados en los últimos siete días. Una bomba. La época del 1 a 1 ya fue, el goteo es para las canillas que funcionan mal o los pueblos que se cuidan bien. 95 vecinos que aportan un torrente a una cantidad de casos activos que incluso en términos absolutos ya es más grave que en Olavarría, hasta entrada la primavera la exégesis del acabose bonaerense. Si andábamos bien, ahora vamos mal.

 

Era la ‘gorra’, o Bolívar de ‘sombrero’. Podría criticarse que debió tomarse antes este paquete de medidas, una ‘gorrita’ hubiera evitado esta ‘gorra’. O que en una semana nada cambiará. O que el reloj vernáculo nos aúlla que se pasa la hora de que el municipio aplique de una santísima vez las sanciones previstas para los ‘evasores’, que ni siquiera se promocionan, cual si estuviéramos en el programa del doctor Socolinsky recomendando chupete hasta los dos años, y desbarate las epopeyas de mate en los talleres, los conmovedores asados del reencuentro y las variopintas fiestas clandestinas que florecen frente a nuestros ojos de ciudad, en las que a esta altura ya habría participado más gente que en los primeros recitales de Los Redondos. O que, sencillamente, jamás tocan a ‘intocables’ -como si en London lo hicieran-. Con los privilegiados que son las excepción de todas las reglas deberían ponerse el ‘casco’, no la ‘gorra’, pero las medidas del ahora ni siquiera son las acertadas, sino las únicas que existen. Para cortar la circulación del virus, primero hay que cortar la circulación social. Cualquier vecino que de corazón sea pro cuidados ha de estar a favor, y seguramente el lunes a la tarde sintió alivio.

 

El gobierno municipal fue abriendo todo y cauterizando la antigua normalidad cuando menos debió hacerlo, regalando a la sociedad la idea de que estábamos bien y sólo nos restaba chocar fuerte las copas navideñas y esperar la vacuna para un año mejor. A tono con el país y la provincia, no sólo el ofidio Larreta. Pero sin indicación de nadie nuestra sociedad archivó los barbijos para usarlos de cuellito el próximo invierno y abandonó distanciamiento social y precauciones. ¿Cuantos más contagiados menos miedo al ‘bichito’, y por ende a contagiar?

 

Para una mayoría de vecinos es fácil cargar sobre el Centro Cívico, una negra y cotidiana postal del desastre, repleto de pibes ‘sin burbuja’, o ‘en una burbuja’, aislados de la realidad pero transmitiendo la enfermedad sin enterarse: mate y birra amuchados, a la espera de que sea viernes para salir a los boliches -o las quintas del horror- a seguir recreando el acercamiento social congelado durante meses. ¿Bailan Foreigner sin barbijo? En el centro de la ciudad, que es lo que miramos y por donde andamos, no hay escuela ni compromisos, sólo fiesta mientras vemos al mundo caer. Flor de aventura si te agarra a los 15, ni en los mejores libros de distopías hay algo así. Sin embargo, muchos de los que portan el dedo inquisidor no cumplen con su parte del trato cívico: todes conocemos a gente que viaja a Baires u otras ciudades ‘grandes’ y no se hisopa ni se aísla al regresar, que ‘siembra verdura’ en los controles de acceso y que ni siquiera acata la nimiedad de usar barbijo. Por citar unos incumpli-mientos. ¿Qué harían esos honorables ciudadanos si hoy tuvieran 20, qué hicieron durante su tierna juventud y qué valores les transmitieron a sus hijos? Nadie que no sea una pinturita con lo suyo puede exigir nada, le gusten o le parezcan ridículas las medidas vigentes. También hay quien pretende un Código Penal a su medida que sentencie con pena de muerte a los padres de les niñes que le tocan el timbre a la siesta.

 

Es verdad que los controles se han ido aflojando como el elástico del pantalón de un boxeador acabado y que, trascartón, estas semanas está entrando a Bolívar y saliendo de la ciudad más gente que en todo el año, pero imaginate la que se armaría si quienes cuidan los accesos pararan en serio a alguien. O si corrieran a los pibes del Cívico, ese foco de nuestra infección. Nada cuesta imaginarse a esos mismos adultos que hoy imputan debilidad al gobierno municipal, bramando en las redes por los derechos humanos si tocaran a sus hijos. Hasta cara tienen. No seamos hipócritas, que una mayoría de los jetones de la vida jamás advierten ni media pelusa en el ojo propio, o hacen todo torcido porque total el de al lado también y a mí no me van a sacar ventaja, qué país. Para lavarse las manos no es necesario que haya covid, son Pilatos recargado.

 

Todes estamos cansados, todes queremos/necesitamos trabajar: empresaries, gasistas matriculados y empíricos, camioneros de larga y corta distancia, entrenadores de fútbol conceptualistas y tacticistas, instructores de natación que no se animan a la sunga y artistes que se desangran en el escenario como si estuviera mirándolos D10S, y la circulación/concentración le abre de par en par las puertas a la peste. Con el diario del martes es fácil ver que se equivocaron al mandarnos a casa cuando el ‘coronacuco’ no circulaba comunitariamente, pero convengamos que transitamos una epidemia incomparable en la historia del mundo, y cada gobierno ha ido haciendo y rehaciendo sobre la marcha. Otra cosa es marcar que ya en primavera, cuando el virus comenzó a picarnos, hubo un relajamiento de controles y una cesión simbólica de terreno al bondi anticuarentena, con excepciones integrado por derechosos (no es lo mismo que ser de derecha) y gorilas, que pedía abrir todo y que sea lo que sea. (Parece que estaban desesperados por laburar y aumentarles a sus empleados.)

 

Muchos de los pro contagios que reclamaban aperturas indiscriminadas, cual zurdos de maceta balconera hoy marchan a la vanguardia de los señalamientos de un supuesto fracaso gubernamental, y ahora urdirán una nueva cabriola para oponerse a los cierres. Una clásica es tachar las medidas porque su implementación no es ideal, criterio con el que no habría medida que valiera. Pero a esta altura ya sabemos cómo es, salvo que nos hagamos los tontos: si el desmadre crece habrá que mandar a todo el mundo a casa, como están haciendo ahora mismo en una Europa que ha de haber aprendido algunas cosas de la primera ola de covid, pero no nuevas medidas preventivas que no sean el harto criticado recorte de las libertades individuales que tanto crispa a las patrullas mediáticas/facebookeras. En la France de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad meten toque de queda, mirá qué descubrimiento modernoso.

 

Se dice que “ya es cuestión de responsabilidad individual y social”, pero la realidad ha demostrado en forma palmaria que ese es un bonito enunciado que, aunque una mayoría respete, al menos una intensa minoría no. Entonces regresamos súbitamente al primer párrafo: es la ‘gorra’, o Bolívar de ‘sombrero’. Porque en materia de covid pasa lo que en el fútbol: Menotti decía que “cuando un equipo no quiere, dos no pueden”, en referencia a esos planteos picapiedras cuyo único fin es deslucir al rival, afear el partido y pescar una monedita. Traspolado al asunto ‘coronacrac’, si algunos no se cuidan nos enfermamos todos, hasta los que siguen adentro bancando los trapos desde marzo, que no son los que ahora están clavándole dardos a la foto de Pisano, y empezando por los que resisten en el frente del combate. Esa intensa minoría que, ‘si la momia se pudre peor’, la semana que viene intentará hacer con la salud lo que toda la vida ha hecho con lo económico: socializar su fracaso.

 

Parece un chiste que el covid sea la enfermedad con la solución más fácil de la historia, pero a la vez la más difícil: quedarse adentro. Sin saber la que se vendría, hace varios siglos Pascal acuñó la clave de la pandemia, cuando escribió que el origen de casi todos los grandes problemas de la humanidad estribaba en que el hombre no era capaz de quedarse quieto y solo en una habitación. La realidad se nos ríe en la cara, nos cachetea el ego y nos demuestra que no somos nada, y el sabio Pascal, al que jamás citan en los valientes programas de TN, también.

 

Las Fiestas están a la vuelta de la esquina, la temporada estival en la otra cuadra, el hospital temblando, y continuar pidiendo que nos cuidemos todos y ese tipo de apelaciones a la conciencia individual ya ni siquiera son eslóganes naifs, en jodidos días en los que el sálvese quien pueda ha vuelto a imponerse. Y ya no hablamos de dinero sino de salud, de la vida en vivo y en directo. O en vivo y en muerto. Por eso esta dosis de ‘gorra’, paradójicamente resulta una bocanada de oxígeno si lo que de verdad se quiere proteger es la vida, y no seguir arrodillados frente a los mandatos de la asesina economía. 

Chino Castro

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