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A propósito de Paul Auster, un creador irremplazable

El autor de Leviatán y otras célebres novelas falleció en New York a los 77 años.

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Murió Paul Auster. Es raro que este martes hayamos tenido sol.

Si sin Lennon el mundo fue menos bueno, ahora será menos lúcido. Por no hablar de belleza: sin Auster también será un poco más feo, en esta hora del mundo y la Argentina en que cuesta hablar de algo lindo.

Tengo para mí que los buenos libros de ficción nos enseñan más que los mejores ensayos. Y Paul Auster escribió varios de esos. Alumbran de tal modo aspectos oscuros de la psicología humana que todo parece entenderse de una forma nueva después de empaparse con esos textos que livianamente son capaces de decir lo más pesado.

Pero lo peor es que ahora él mismo no podrá ‘leer’ el mundo para procesarlo en esas novelas irrepetibles que durante tanto tiempo nos regaló, aunque en las librerías nos cobraran. No hay guita que pague La música del azar, Leviatán, El país de las últimas cosas, La noche del oráculo, El Palacio de la Luna, pagar por un libro suyo era un acto simbólico aunque te costara el sueldo. Es que un buen libro puede salvarte: si te salva un rato, te salva la vida.

Puedo imaginarme lo que Paul Auster disfrutaba asomándose al laberinto que es la existencia, metiendo su mano y revolviendo a tientas hasta extraer algo con una forma más o menos conocida, y ponerse a amasar para encender con esa chispa un fuego nuevo. O construyendo y desarmando pensamientos en su cabeza como en un Tetris, en busca de esa pieza que despejara un camino. O lanzándose sin saber adónde, como quien decide perderse en la ciudad. Ahora ya no podrá jugar, y no hay nada más triste que un hombre grande velando al niño que fue, porque dejar de jugar es dejar de vivir para solo durar. Cuando muere un viejo que seguía jugando, todo se torna más jodido y monótono, como si el cielo fuese quedándose sin pájaros y nadie lo notara.

Nosotros, por nuestra parte, nos perderemos esperarlo.  

Justo se va cuando estoy leyendo el voluminoso 4 3 2 1, su última novela y acaso su obra definitiva, como él mismo analizó, la que estuvo toda su vida preparándose para escribir. Y pienso que nadie individualmente puede homenajear a alguien, a eso deben hacerlo las sociedades, pero sí cada quien puede agradecer. A un escritor se le agradece leyendo sus libros, como a un músico escuchando sus discos o a un cineasta mirando sus películas. Una y mil veces. Ellos se enteran. Ahora con la certeza de que ya no habrá nada así. Porque es verdad que nadie es imprescindible, tanto como que algunos/as son irremplazables. Y Auster era uno de ahora a la altura de los mejores de ayer. Los escritores inventores.

Gracias, querido Paul. Que una nueva historia te esté esperando, un lápiz y un papel, y una copa de vino.   

Chino Castro

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