Escribe: Sandra Roldán*

Agradezco la invitación de La Mañana, a escribir sobre la “educación en tiempos de pandemia”.

Tal como ella lo suponía; estoy pensando, leyendo, escuchando, compartiendo voces y experiencias de colegas, pedagogos, estudiantes en torno a la contingencia; y la escritura es una oportunidad de poner un poco de orden a esas voces, subrayar, recuperar, releer, y también colocar al margen, al pie de página, abrir paréntesis, poner puntos suspensivos.

Pensar la educación en tiempos de pandemia, es pensar la educación en la complejidad; es pensar lo no pensado porque el carácter excepcional que tiene esta contingencia así lo impone. Sin embargo, esto no significa empezar de cero, quemar las bibliotecas; las continuidades, son más determinantes que las rupturas, en tanto perspectiva de análisis y como expresiones de deseo.

Sólo para ordenar lo que voy a expresar, teniendo en cuenta la extensión del texto; haré referencia: a las condiciones de trabajo y de estudio, al saber pedagógico y didáctico en la formación docente, al rol de las políticas públicas; en la educación superior terciaria, que es mi ámbito de trabajo.

La virtualidad subraya las desigualdades materiales y simbólicas. Desigualdad de acceso y disponibilidad de los recursos tecnológicos y desigualdad de género; quedan expuestos sin metáforas cuando docentes y  estudiantes, transformamos nuestras casas en aulas y abrimos las puertas ante la mirada del otro. “Profe: podrías desdoblar la clase; porque se nos acaban los datos móviles, por otra parte, las que tienen hijes, se les hace mucho tiempo, y las que viven en la zona rural o localidades no tienen buena conectividad…”fue uno de los pedidos que encarnan rostros, nombres; como rostros, nombres y brazos tienen las estudiantes mamás que cargan y calman a sus hijes; mientras intentan concentrar su atención en la clase virtual. En estas clases, que hablamos, discutimos y pensamos escuela; Pamela, estudiante de segundo año, señala con el énfasis que le da la convicción: “no romanticemos la desigualdad”.

Poner énfasis en el saber político pedagógico y didáctico como encuadre o marco para pensar la organización de la clase, la secuenciación, distribución de contenidos en el tiempo, la elección del material, el rol de la evaluación, no como control, diferenciando evaluación de calificación, no perder de vista la centralidad de la enseñanza; es el resguardo, la garantía para no caer en el reduccionismo del optimismo tecnológico. Obvia decirlo, pero la tecnología, las nuevas y las viejas; son medios, no fines en sí mismas, no deberían reemplazar u obturar el vínculo estudiante-docente-conocimiento. El saber político pedagógico y didáctico que porta el docente es determinante, para que el saber disciplinar específico, no resulte inaccesible, para no renunciar a la enseñanza, depositando toda la expectativa en la tecnología.

Finalmente, destacar la importancia de las políticas Públicas que pueden optar por profundizar la desigualdades o promover la transformación; acompañando a docentes y estudiantes, fortaleciendo o recuperando programas como Conectar Igualdad, proveyendo de recursos tecnológicos y accesibilidad a quienes lo necesiten, elaborando y distribuyendo materiales cuando el acceso es imposible, tomando decisiones que no cristalicen las desigualdades, que no privilegien el individualismo o la “meritocracia”; decisiones basados en el saber  pedagógico y no en  improvisaciones demagógicas.

Felizmente, en el nivel nacional y provincial, la cartera educativa está en manos de pedagogos que entienden a la educación como un derecho y no “romantizan la desigualdad”, como nos pide Pamela, estudiante de segundo año del profesorado de Educación Primaria del Instituto 27.

*Profesora en Ciencias de la Educación.