30 de noviembre de 2020
Ya es tiempo, creemos, de levantar los puestos de control en los accesos a la ciudad. Y de abrir las calles cerradas en el inicio de esta maldita pandemia que, además de enfermar a algunos, nos quitó libertades tan simples, tan cotidianas, que hasta parece mentira que esas restricciones hayan durado tanto tiempo casi sin quejas ciudadanas, como no sean las que unánimemente se manifiestan en corrillos privados.
Las medidas tomadas oportunamente en punto a las restricciones de circulación, ingreso y egreso de la ciudad quizás hayan sido saludables y es posible que hayan cumplido de algún modo con su estrategia de prevención. En todo caso, no es momento ahora de discutirlas a fuerza de resultar inútil tal confrontación. Démosla por bien tomadas, entonces, y reconozcámosle efectos positivos hasta aquí.
Lo que está suficientemente claro es la inutilidad de mantener esas barreras de control porque, en rigor de verdad, ya no controlan a nadie. Los bolivarenses nos hemos hecho expertos en burlarlas y los efectivos que estoicamente siguen en esos puestos, también se han hecho expertos en dejarse burlar. Todo el mundo “vuelve del campo”, así venga arrastrando una lancha cargada de pejerreyes, otros “retornan del barrio La Ganadera”, aunque difícilmente puedan distinguir entre este barrio y “Las Lomitas” o “Calfucurá” y lo que es más grotesco aún es que la mayoría de los locales conocen al dedillo los caminos alternativos para ingresar a la ciudad esquivando los retenes.
Las estaciones de servicio de la ruta se han transformado en oficinas de cuanto trámite interdistrital requiera del encuentro de personas, desde una simple reunión de trabajo hasta la firma de escrituras y todo con, al menos, el silencio cómplice de las autoridades que por supuesto saben y conocen a la perfección esos procedimientos pero nada dicen al respecto.
Es que se ha hecho verdaderamente insufrible e impracticable mantener las restricciones en esos puntos y entonces es más fácil “hacer la vista gorda” y que todo parezca como que sigue igual, manteniendo el halo de rigideces inconducentes y abolidas de hecho “por desuetudo”, como dicen los abogados.
Seguir manteniendo los controles es, en este momento, aceptar lisa y llanamente la mentira a la que muchos se ven obligados a apelar para no ser víctimas de excesos reglamentaristas que afectan, paradójicamente, a quienes dicen la verdad. Conocimos el caso de un proveedor al que hisoparon 3 veces en pocos días. El hombre se saturó de ello y optó por no ingresar más, sólo para no caer en lo que la mayoría asume como práctica: mentir.
Distintas fuerzas políticas locales se han manifestado al respecto, algunas de ellas desde hace mucho tiempo, reclamando lo mismo que aquí pedimos. Algunos funcionarios del staff municipal reconocen en voz baja esas razones pero, sin embargo, allí están todavía los taludes de tierra cerrando calles en un procedimiento a esta altura abusivo y, mucho peor aún, todavía están los sufridos efectivos que vienen del calor, atravesaron el frío y, tal parece, volverán a sudar bajo la canícula de otro verano desarrollando una labor abnegada, pero cuya finalidad ni ellos mismos conocen.
Humildemente, creemos que es tiempo de aceptar esta realidad.
Víctor Agustín Cabreros
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