9 de febrero de 2021

. Acosta, Ávila y amigos en la apertura de un nuevo patio

Mientras a varias cuadras de Rivadavia 1002 Mamba Negra descerrajaba su set de música de raíz negra en el intenso Lo de Fede, en la apertura de Las Rosetas, un nuevo patio cultural de la ciudad, Maia Acosta-Diego Peris-Franco Exertier, y, antes, Alejandro Ávila, dejaban inaugurado el lugar con conciertos que abrevaron en el folclore argentino pero inficionado por el rock y aires latinoamericanos de bossa, candombe y otros.
Ocurrió el viernes, en una noche apacible y óptima para la música al aire libre, en un patio grande y cómodo que ofreció un servicio de cantina que merece un destacado, no por novedoso pero sí por rico: hamburguesas, choris y un asado que sólo se comen en un buen restorán, regados con cervezas, vinos y gaseosas. Ahí también, Las Rosetas fue a la raíz.
Alejandro Ávila rompió el fuego. Cantando despejó dudas, cuando varios ya comenzaban a confundirlo con el médico local Ezequiel Terrera, por su notable parecido físico. En viola y voz, el trovador radicado hace años en la ciudad ofreció un set de canciones tan clásicas como sólidas del folclore argentino, como Los hermanos, de Yupanqui, junto a otras menos conocidas pero igualmente poderosas, como Solo luz, de Raúl Carnota, y una de un Jacinto Piedra al que se refirió como “mi amigo, mi hermano”.
Con el Vasco Goicochea como recitador y Diego Peris en el bajo, interpretó sobre el final de su performance El murguero oriental, del uruguayo Canario Luna, creo que la única canción que presentó con nombre y apellido.


Acosta-Exertier-Peris abrieron su show con Jorge Daniel Godoy en guitarra, precisamente para mostrar un par de obras de un Jorgito que durante la cuarentena del año pasado pegó el portazo en las redes sociales y se encerró a grabar material y componer.
En adelante, la tecladista y cantante, el baterista y el bajista tocaron canciones de Exertier, casos Orbitando (se llama igual que una de Daniel Melero, pero nada que ver) y El silencio, más algunas de Maia, como Agüita fresca, de su ya lejano primer disco y que su público de acá conoce y celebra como agüita fresca todos los veranos. Franco y Maia se conocen de cuando aún no sabían afinar, si fuera fútbol diríamos que juegan de memoria, y Peris se acopla bien porque pulsa la misma cuerda y es versátil por naturaleza, lo que equivale a vaticinar, y no arriesgo nada, que con lxs tres radicades acá el nuevo trío tiene cuerda para mucho.
Con Godoy y Ávila en escena, regalaron luego un breve segmento con esas zambas que conocemos todes, como Piedra y camino, lo que otorgó matices al recital y puso a salvo la empatía entre público y artistas que es menester cuidar.
Hacia el final, un delgado Jorge Godoy enfundando una camisa que no requería iluminación regresó a escena con su caleidoscópica viola eléctrica, para continuar mostrando algo del interesante material que ha estado trabajando todo este tiempo. Acometió la tarea con la ayudita de unxs amigues que todos los músicos y las músicas quisieran tener.
El ex guitar hero de Sektor en los tempranos y apáticos noventa bolivarenses calentó la escena con su impronta rocker, cuando el fresco nocturno ya comenzaba a apretar en Rivadavia 1002, pero todo comenzó a prenderse fuego definitivamente cuando al colectivo se sumó el cantante y en la ocasión sonidista e iluminador, Hernán Caraballo, para recrear esa locomotora de la música de raíz argentina que es La flor azul, compuesta hace mil años que parecen nada por Mario Arnedo Gallo (con letra de un tal Rodríguez Villar; pase usted, después de usted), el padre del bajista de Divididos.
Eso, más alguna gemita más que conocemos todos le pusieron el moño a un cálido recital en un lindo y promisorio nuevo refugio artístico, que ojalá continúe enriqueciendo la carta musical de un Bolívar que este verano parece tener más patios que casas.
Chino Castro

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