17 de febrero de 2024

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Información General. Jorge Villanueva, su fallecimiento


Afortunadamente uno ha tenido la chance de poder hablar, en on y en off, con gente que ha sido importante en la ciudad, y que no necesitaron ocupar un cargo público para destacarse, simplemente con trabajo, con “calle”, con dignidad, con perseverancia. Uno de ellos fue Jorge Villanueva, sin dudas, de quien recibimos la noticia que ha partido a otro plano, por eso vaya desde estas páginas nuestras condolencias a sus hijos Fernando y Pablo, y demás deudos.





“De canillita a campeón” podría titularse una película que cuente la vida de Jorge. “Con el último de los pinches de Maineri te venís a hacer de novio”, le reprochaba su ex suegro (Pepe Fernández) a quien luego fuera su señora. Sí, cuando se enteró del noviazgo vino el reto y aquella frase. Lo que su suegro no pudo suponer es que el último de los pinches de la Casa Maineri, fundada por Don Jacinto, el que empezó como cadete y barriendo la vereda iba a ser luego el principal accionista de la firma, hasta ayer.





Jorge era el menor de los hermanos, tenía familia en España, en Pamplona, provincia de Navarra (su abuelo había nacido en Viscarreta), adonde pudo viajar hace ya varios años para conocer primos y demás. De chico, para ayudar en la casa, repartía cordero y berro en bicicleta, y entre sus clientes había algunas personas que algo tuvieron que ver con la historia de la ciudad: el Dr. Miguel L. Capredoni y Docto Jacinto Maineri, entre otros tantos.





Hijo de Gervasio Villanueva, fue alumno de la Escuela de Ponce, “donde te enseñaban lo que ibas  a precisar en la vida: Matemáticas e idioma”, contó alguna vez. Y ya como empleado de Casa Maineri comenzó a vivir episodios que marcaron la ciudad: “Participé de los remates de los loteos de casi todos los barrios, el primero fue Villa Diamante, en un día Don Jacinto vendió 430 lotes”, recordó.





Y hasta se animó  decir “yo tengo un barrio mío”. Y explicó: “El mal llamado Barrio Banco Provincia, porque el nombre del barrio iba a ser Agrimensor Rafael Hernández, porque solamente un genio como él pudo crear una ciudad como La Plata o una ciudad como Bolívar”.  Y recordó: “Ese lote era mío, se lo vendí a la Municipalidad para que hiciera un barrio y la comuna se lo dio al Banco Provincia”. Sería muy bueno que ese barrio, en algún momento, a la memoria de Jorge, lleve su nombre, ya que no le hicieron caso con lo de Rafael Hernández.





En Casa Maineri, adonde ingresó como cadete con tan sólo 13 años el 28 de enero de 1949,  fue creciendo bajo el ala de Don Jacinto, que le vio uña de guitarrero, lo hizo rendir para que fuera martillero y al poco tiempo lo puso al frente de la sucursal que la casa tenía en Hale. Era de los que Maineri enviaba a la Sociedad Rural para discutir con Héctor Rubén Barrio, de quien fue muy amigo, el valor que cada firma consignataria debía pagar como comisión por el uso del predio ferial.





En la firma de Docto Jacinto fue escalando posiciones rápidamente, dejó de ser cadete para atender gente y luego lo enviaron para recorrer los campos. En un remate se descompuso el martillero que estaba asignado a la subasta, Omar Valdez, y Villanueva con poco más de 19 años tuvo que hacerse cargo del martillo. Todo salió bien, volvieron, y si bien Maineri estaba de vacaciones, se enteró de lo sucedido. Ahí fue cuando Don Jacinto o “el Viejo Maineri”, como lo recordaba Jorge, le hizo sacar la matrícula de martillero con el Dr. Gandola y posteriormente tuvo que ir a jurar a Azul.





Los primeros remates, paradójicamente, Jorge los hizo vendiendo gallinas en la Exposición Rural, algo que durante muchos años lleva adelante su hijo Fernando. Siguió con la venta de los lanares, también dentro de la Exposición. A continuación tuvo que martillar cerdos para luego sí con las vacas de conserva primero, los gordos después y así llegar finalmente a los toros.





Fue el martillero de confianza de Jacinto Maineri durante muchos años, a quien “el Viejo” guió como lo hubiera hecho con un hijo. “Nos teníamos un cariño mutuo”, recordaría Jorge años acá. “Lo adopté un poco como padre, y él me adoptó un poco como hijo”, está todo dicho. Maineri lo usaba de “chofer” al final de los remates, y mientras el resto de los empleados finalizaba la tarea de la subasta, se iban al campo del “Viejo” a ver la hacienda y a comer una picada.





En 1978, en el baile de gala del centenario de Bolívar, en el primer piso del Palacio Municipal, Jacinto Maineri cayó muerto de un paro cardíaco, y comenzó el tema sucesorio. Jorge recordó alguna vez que “nunca pudimos hacer una sociedad anónima, que él quería hacer; pero yo no quería”. Mientras lo velaban a Maineri se acercaron varias personalidades del pueblo a decirle a Villanueva que Casa Maineri la tenía que seguir él. Así fue que se hizo la sociedad y el 51% de las acciones quedaron en manos de los empleados, que sirvió como indemnización. Juan Rubén Maineri, hijo de Docto Jacinto, fue el primer presidente de esa sociedad, durante el primer año. A partir del 1° de julio de 1979 el presidente pasó a ser Jorge, cargo que ocupó hasta no hace mucho tiempo.





Jorge solía decir que él tenía la misma forma de martillar que Maineri, y que a su hijo Fernando y a Mauricio Puente, el otro martillero de la firma, los había forjado a su imagen. E inflaba el pecho cuando decía “de los buenos martilleros que hay en Bolívar, yo tengo 2”.





En 2001 Casa Maineri debió ir a una convocatoria y Jorge, que no estaba convencido al principio, después de diez años de remar para pagar todo decía: “No les pagamos el 40 % que decía la convocatoria, a todos les pagamos el 100%”.





Tuvo tanta ascendencia en la sociedad que los intendentes pasaban a consultarlo. Trató mucho a Manolo Chatruc, quien era amigo de sus hermanos mayores. Fue amigo del comisionado Jorge Manuel De la Serna (1961-1963 y 1966-1973), y más acá en el tiempo tuvo excelente relación con Juan Carlos Reina y ni qué hablar con Juan Carlos Simón, a quien él consideraba el mejor intendente que ha tenido la ciudad hasta estos días. Solía decir “antes era fácil ser intendente, ahora es muy difícil”.





Fue muy amigo del padre Cayetano Palazzolo, y junto a Héctor Rubén Barrio, Juan Carlos Cisneros y Oscar Casimiro Cabreros (tremendos próceres de nuestra historia), hicieron una colecta para comprarle la casa al cura, aquella de la Av. 25 de Mayo. Tenía en su oficina de Casa Maineri en la Av. San Martín un cuadrito (hecho por Jorge Fernández López) que les regalaron, que reflejaba aquel acto de amistad para con otro “bolivarense” de nuestro pasado que todavía “vive” entre muchos de nosotros. Esa casa costó 25 mil dólares y la comunidad puso el dinero en menos de un mes.





Con su esposa Marta estuvieron casados más de 60 años, a los que había que agregarle aquel noviazgo que no tuvo el mejor comienzo cuando se enteró su futuro suegro. Tuvieron dos hijos, Fernando (martillero) y Pablo (Médico). Estaba orgulloso de los dos, de Fernando porque le siguió los pasos con el martillo, y de Pablo por todo el esfuerzo que hizo para perfeccionarse cada vez que podía. Cada vez que hablaba de Marta, su esposa, sólo faltaba que se pusiera de pie, la tenía en un altar. La perdió no hace mucho tiempo, fue su compañera de ruta y su gran amor.





Vivió durante muchos años en un lugar de privilegio para los bolivarenses, frente a la Plaza Alsina. Paradójicamente de chico había vivido frente a otra Plaza, la Italia, allá donde arranca la avenida Alsina.





Ingresó a Casa Maineri cuando la firma tenía unos 15 años de existencia. Jacinto Maineri falleció hace más de 45, por lo que es él sin dudas el que más estuvo dentro de la empresa, como presidente de la sociedad buen tiempo desde 1979 hasta 2021 al menos.





Fue de los martilleros que imponían presencia arriba del carro, de la camioneta o de la tribuna, desde donde les tocara dirigir la subasta. Fue un hombre al que nunca se le escuchó hablar mal de los colegas, tuvo muchos, casi todos amigos. Trabajó con Ricardo Landoni, con Francisco Alabart y con tantos otros, todos bajo el paraguas de Docto Jacinto Maineri.





A su manera, Jorge Villanueva, fallecido ayer, se llevó una parte grande de nuestra historia, de haber vivido siempre en esta ciudad, de haber transitado sus calles no siempre pavimentadas ni iluminadas, de haber visto nacer la mayoría de sus barrios.





Le gustaba recordar la historia, tenía una memoria prodigiosa. Vivió buena parte del siglo XX y este casi cuarto de siglo del XXI. Era material de consulta para quienes gustamos saber un poco más del ayer. Tuvimos un último encuentro hace poco más de un mes, en su nueva casa de avenida Belgrano, hacia donde se mudó para no lidiar con las escaleras del departamento de Av. Almirante Brown.





En el último tiempo frecuentaba varios cafés, se lo veía en ronda, siempre siendo el eje, junto a unos cuantos hombres mayores, ninguno mayor que él en edad, y todos escuchando sus anécdotas interminables. Pico Rodeiro le hacía de chofer, lo iba a buscar, lo llevaba de ronda y lo devolvía para la hora de la cena.





Se fue un tipo que a su manera dejó huella no sólo en el ambiente de los martilleros, un tipo con calle, que desde muy abajo llegó a ser el presidente de una de las consignatarias más reconocidas del centro de la provincia, a la que sólo le había quedado el nombre, porque Maineri falleció en 1978; pero hasta acá la trajo Villanueva, junto con otros tantos, claro; pero siendo claramente la cabeza del equipo.





Quedaron varias charlas, seguramente surgirá algún dato que buscar y pensaremos en irlo a ver, lamentablemente ya no lo tendremos. Nos quedan esas largas horas grabadas (afortunadamente) para repasar de vez en cuando, cuando haga falta. En varios lugares lo van a extrañar, por buen tipo, por buen amigo, por buen padre, buen abuelo, en fin, por ser como fue. QEPD.





Angel Pesce


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