29 de octubre de 2024
por
Chino Castro
Un rayo de Fito, a través de un afiladísimo sexteto que sólo convida a pensar en cosas buenas, llegó hasta la colmada sala de Artecon, y llovieron canciones sobre el país, porque la resonancia de semejante concierto es lindo imaginar que alcanzó hasta el último rincón de la Argentina.
Fueron unas dos horas, pletóricas en invitados y en hitazos de un artista que ha compuesto la banda de sonido de nuestras vidas desde los primeros años ochenta, cuando todavía se movía dentro de los límites de un modelo 'cantautorista' que pronto haría añicos a puro un, dos, tres, cuá y un arsenal de canciones-himno, varias de las cuales -más de veinte- sonaron el sábado en la sala de Artecon, diríamos que con una sola excepción: la atmosférica El centro de tu corazón, del disco Naturaleza Sangre, de 2003, donde el rosarino comparte voces con el 'Flaco' Spinetta, esa voz tan singular que "lo embellece todo", como el propio autor dijo aquellos días de grossa mancomunión artística. En el concierto de los bolivarenses, fue el vocalista y tecladista, Daniel Zuccarino, quien cantó toda la canción, haciendo de Fito y de Luis pero sin imitar.
La apertura del recital fue con Circo Beat, Sasha, Sissí y el círculo de Baba y Dame un talismán (de Ey!, 1988), una de las que mejor les quedan en palabras de Zuccarino en una entrevista radial de unos días antes. La banda ya mostró solvencia en ese rato, con el 'Dani' afinado y preciso en su rol de cantante y tecladista que también toca sequencer, y el resto poniendo lo suyo en favor del conjunto. Cabe destacar a Nick Holgado, uno de los guitarristas. Su buen gusto, fuego rockero y capacidad para espolvorear sutilezas aquí y allá durante toda la noche, lo convirtieron en un pilar del armado general. No debería sorprender, Nick es uno de los violeros más interesantes de la escena actual, ya en poder de recursos que van mucho más allá de la velocidad, o la precisión en velocidad, que caracteriza a los siempre bombásticos guitarristas de heavy metal, hard rock y afines.
Después de El centro de tu corazón, tocaron la rockera Naturaleza Sangre, y las más intimistas Narciso y Quasimodo (entrañable pieza de Giros, segundo disco de Fito, de 1985) y Creo, con esa típica letra-declaración de principios de un artista que toda la vida ha enarbolado la jauretchiana bandera del 'nada grande se puede hacer sin alegría'. Fito la izó aún en los momentos oscuros de una vida con pozos que no a cualquiera le tocan, y de los que supo emerger luchando a brazo partido y tropezando mil veces, pero sin extraviar jamás ese corazón de duende que lo mantuvo a salvo de todas las tempestades, poniendo incluso al caos a favor de su indomable motor creativo. 'Yo creo y con eso basta', dice la letra, y a veces se trata sólo de esa simple premisa, ya que no queda más nada de donde tomarse.
En esta primera parte, Maia Acosta se mantuvo allí como corista, en una punta de la escena. Sería así durante gran parte de la noche (no estuvo en todas las canciones), siempre con el foco puesto en poner su diáfana voz al servicio de lo grupal, de agregar ese matiz que armonizara 'el cuadro' y el juego del cantante. A esta altura corresponde decir que todos cumplieron y por lapsos se lucieron en sus respectivos andariveles: a los ya mencionados hay que incorporar al guitarrista Juani Martínez, el bajista Bruno Irastorza y el baterista Lorenzo Blandamuro. Todos, y entre ellxs.
Invitados como para hacer dulce rosarino
Hubo invitados como para hacer dulce rosarino: el primero fue el cantante Fabián Torres (ex La Caravana, si no me equivoco), con quien versionaron El diablo de tu corazón, de la época de un Fito prendido fuego con lo que veía en Buenos Aires, a horas del estallido de diciembre de 2001. (Una década después publicaría en Página/12 una incendiaria contratapa diciendo que le daba asco el voto porteño a Macri para jefe de Gobierno.) Una canción que vuelve a sonar urgente estos años. Lo mismo que Ciudad de pobres corazones, que ofrecieron hacia el final del concierto. Inmediatamente después de Torres, Hernán Moura trepó al tablado para brindar su voz a una preciosa versión de Carabelas nada. Resultó uno de los pináculos de la noche. El sonidista de la velada, que hizo impecablemente esa tarea nada menor, también se lució como intérprete, incluso antes que como cantante. Qué más pedirle al bueno de Hernán, si hasta amenizó la espera en la sala musicalizándolo todo con piezas de los hermanos mayores de la vida de Fito, es decir Charly y Spinetta (varias, nada menos que del disco Para los árboles, una delicadeza de los últimos años de Luis).
Otra de las cumbres del recital se vivió un rato después, cuando la escena fue tomada por el frontman y vocalista Maro González. Con él y los saxofonistas Tico Álvarez y Juani Lobos, la banda encaró Yo te amé en Nicaragua, opus de Páez de Tercer Mundo, de 1990. Una pintura, porque también fue un ataque visual. Resultó el momento más energético de la noche, y cuidadito, porque Maro es capaz de comerte el show con su desbordante entusiasmo. Elevados niveles de actitud, definió mi amigo Pablo Pequi, presente en la efervescente sala. Y sí, es sólo una cuestión de actitud, dijo alguna vez Fito, y este muchacho se lo ha tomado en serio, además de que, técnicamente, hace muy bien lo suyo, ojo que no estamos frente a un gritón de feria.
El show subía y bajaba, de lo intimista a lo desbordante, porque así es Fito Páez, y en consecuencia -o prolongación- su obra. La cuerda de vientos permaneció algunos temas, por caso Dos en la ciudad, el anterior a Yo te amé en Nicaragua. Con otra de las convidadas se desplegó, como un caramelo, el regalo de Pétalo de sal, fragilivencible rubí de El amor después del amor, el consagratorio disco de Páez de 1992. Allí comparte voces con Spinetta en un tema que parece creado por Luis, o por los dos. María cantó a los dos, sola en escena junto a Zuccarino y Holgado, y dejó su impronta como una estela.
Antes de todo esto, Zuccarino ofrendó un segmento en solitario, podríamos decir que nos roció con un oportuno perfume otoñal (ver aparte).
El tramo final fue con Es sólo una cuestión de actitud, Cadáver exquisito y el ya citado Ciudad de pobres corazones.
Para el cierre se guardaron Tumbas de la gloria, de lo más conmovedor de esa catedral que el otrora 'tiburón rosarino' viene levantando con canciones hace más de cuarenta años.
Fito Páez es parte del adn del ser argentino, y el sexteto capitaneado por Daniel Zuccarino lo trajo para nosotros, a través de recrear su obra con respeto y agradecimiento, sin 'tunear' casi los mapas originales del autor, pero con una frescura e incluso soltura que le dieron todo el sabor que necesitábamos. Por amplia mayoría, pétalos de las primeras flores discográficas de uno de los próceres del rock nacional.
Para los bises, apelaron a dos que son justamente las que Fito elige para cerrar sus espectáculos, esto es Mariposa Tecknicolor, de Circo Beat (1994), y A rodar mi vida, de El amor después del amor, el álbum que más visitó nuestro sexteto.
La iluminación, también a la altura de todo, estuvo a cargo de Damián López ("un personaje que se vino de Santa Fe", dijo Zuccarino), con equipos de Artecon y Chelo Barrios. Moura operó los 'fierros' de la firma MB, Moura-Blandamuro.
El concierto presentado como Canciones de Fito fue de lo mejor que hemos visto en Bolívar en un año riquísimo en propuestas musicales, y eso representa goce en un tiempo de castigos. Es desahogo y es, sí, esperanza, esa palabra con alas, tan vapuleada. Así como todo partido de fútbol se ha convertido tristemente en un 'puteódromo', este espectáculo hizo las veces de 'abrazódromo', porque el árbol musical de Fito, a la par del de unos poquitos compatriotas más, no ha cesado de darnos canciones como lugares donde reconocernos, abrazarnos y acompañarnos, un bien que vale cada día más.
Finalmente, es indudable que desempeñó un rol vital la producción de Cable a Tierra, que cuidó cada detalle, incluso el vestuario de los artistas. La enjundiosa Dani López habrá tenido que recalcular -no siempre es retroceder- al volcarse a la producción de figuras vernáculas en un 2024 de terrible caída económica para los estratos sociales medios y bajos de la Argentina, pero estalla con meridiana claridad que cuando ella ingresa al juego como productora, cualquier propuesta local sube un escalón. Esto es muy bueno, en estos años tenemos en la ciudad muchos y muy buenos músicos con necesidad de hacer cosas, y resulta tan imperativo que vaya gente a verlos como contar con alguien que se ocupe de promoverlos y organizarles shows.
Después de lo del sábado (ver nota principal), el 'Dani' podría llamarse Sucariño, en lugar de Zuccarino. Fue quien arrojó la piedra de armar este proyecto, tomó el lugar de cantante y tecladista (más el sequencer) nada menos que para recrear a Páez, consiguió entusiasmar a unas 'bestias' y salió ganando y con diferencia. Para unos cuantos, una auténtica revelación, aunque fuera de los focos el también bajista hacía años que escuchaba a Fito, desde que quedó prendado de la belleza crepuscular de Carabelas nada, Carabela Todo para él. Después, un buen día se decidió a pasar de escuchador a intérprete de ese cofre, y acá tenemos a semejante colectivo, que ojalá siga girando.
En un pasaje de la noche, a poco del comienzo del espectáculo, el 'engorrado' intérprete se lució solo en escena, con el regalo de Cable a tierra, Dar es dar y El amor después del amor. Bombones de una noche sabrosísima.
Sí señora, este pibe es el 'Dani' Sucariño para todos y todas, porque entregó su corazón, tal como pregona -y hace- un tal Rodolfo Páez.
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