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Opinión

Selva, ruido de humanos salvajes

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El olvido con que cubrimos a los exitosos que perdieron su estrella, es otra arista del canibalismo económico. Cada época hay preponderantes que enferman o se empobrecen y así sellan su destino: ya nadie cantará su canción. O que sencillamente envejecen, como nos ocurrirá a todes.

Voy a que el canibalismo económico, que reducido al mínimo define quién puede comer y quién no, como si sólo algunos tuvieran ese derecho, empieza por lo social. Pero cuando la economía se erigió en el gran valor que regula la sociedad y la organiza, perdimos hasta los que van ganando. Hubo un día en que nos convencieron de que necesitamos cosas que no necesitamos. Bienes materiales, comprar para salir a mostrar. La credencial del ser se renueva acumulando. Ese día comenzamos a involucionar, por más progreso tecnológico y científico del que hayamos sido capaces. Consumir y producir se aman hace siglos, pero en vez de niños traen tempestades.

Hemos transformado la vida en una selva contaminada y miserable. Peor, porque los animales comen para sobrevivir, no hay una convención de leones conspirando. En el mundo urbanizado los leones de dos patas conspiran para comerse todo el poder, y para tumbar a los tigres convencen a los monos, y ahí siempre andan los piojos chillando de la alegría de ser deglutidos, junto a los infaltables loritos, los más iguales de todos que siempre se creen distintos. Esperar a que se muerdan la cola o se engullan sería como aguardar que la copa se llene para que comience a caer el maná.

Ser ignorantes, violentos y crueles es el nuevo imperativo. Incluso lo cool. Rugir como bestias frente a la razón, la destemplada banda de sonido epocal. Por eso no hay divorcio entre la calle y la política parlamentaria, los diputados que le votaron la ‘ley Bases’ a Milei congenian con este tiempo de deshumanización. Secuestrada por el lobby empresarial, hoy la política refleja, igual que el periodismo, y el pueblo no quiere saber de qué se trata: para escuchar/ver lo que necesita, ya sabe dónde ir. Hoy todos somos Yrigoyen y nos escribimos nuestro propio diario. Algoritmo, te amo, te odio, dame más. La dirigencia formaliza la desigualdad, el hambre y la explotación, y le brinda cobertura al saqueo. La injusticia no tiene discusión. Para crear ya están los artistas, y para elaborar hay suficientes panaderías. Los que le piden transformación, la tienen adentro. Nos fuimos tan al carajo, que la utopía sería volver a la distopía que planteaban algunos libros.

De ese caldo emerge Milei. No es que La Libertad Avanza está rompiendo el tejido social, sino que su mera irrupción revela que está agujereado hace rato. Por algo las villas de la miseria crecieron de 1300 a 6500 en veinte años, sin que la democracia pudiera evitarlo. (Esto, sin caer en el facilismo de concluir que, por estar así, todos los gobiernos de estas dos décadas fueron nefastamente iguales.

Porque también la pereza y hasta la estulticia a la hora de ver matices nos trajeron hasta acá.) No hay contrato social, hay destrato, no trato, y hay Milei. No va a durar, pero lo que representa tal vez sí, ya que no nació con él. En la jungla Javo sería el pajarraco que va a hablar con los piojos para convencerlos de que es mejor apoyar al león. Acá, con el antiperonismo le alkanza. For now. Con la diferencia de que en la selva el acumular no es religión. No hay egocentrismo ni negocios, no hay espejos entre las lianas ni con quién compararse, y nadie aspira a la inmortalidad ni a ser recordado.

Chino Castro

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