Con un mix de canciones de su flamante disco, Antigua, perlas de su carrera solista, un racimo de clásicos de Man Ray y sólo dos páginas de Charly García, de quien, con intermitencias, es compañera de ruta desde finales de los alocados ochenta, Hilda Lizarazu se presentó el sábado por primera vez en Bolívar, por gestión de Cable a Tierra producciones, de la ahincada Daniela López.

El dicho se cumplió ya que la tercera fue la vencida: tras dos suspensiones por la pandemia, en 2020 y 2021, la cantante pudo darse y darnos el gusto de desembarcar en tierra local; en otras ocasiones estuvo cerca, ya que según afirmaron algunos plateístas ha tocado en Pehuajó y en Olavarría, en ese caso con Charly, pero nunca acá ya que cuando el bicolor debutó en tierra tinelliana, en octubre de 2013 en el marco de la reinauguración del Cine, Lizarazu ya no era parte de su banda.

La referencia a ciudades de la región viene a cuento para señalar que no sólo de público bolivarense se nutrió el Coliseo, ya que entre las doscientas almas que brindaron un espléndido marco a un cálido concierto desplegado en una de las noches más frías del año, también hubo feligreses/as de urbes de la región.

La calma, de Hormonal (2007), su segundo opus solista, descorchó las primeras emociones, con Lizarazu desplegando su calidez y simpatía acompañada por su guitarrista, Federico Melioli, también al comando del sintetizador que disparaba los sonidos y colores necesarios para vestir las canciones en ausencia de una banda. (De ese álbum, más adelante ofreció D10s, un himno hecho y derecho para el tiempo que quieras.) Al toque, Sola en los bares, de Man Ray, con ese melancólico aroma a noventas. Fue un buen botón de muestra, porque en adelante el setlist mecharía en un equilibradísimo mix temas que conocemos todes con otros que significaban estrenos para (casi) todes, en especial los pertenecientes a su nuevo disco, Antigua, en el que hizo mucho hincapié ya que incluyó Canción para cantar de a dos, la diáfana Benteveo, X-puesta, Desde lejos y Te reís, un diamante motivador que únicamente el auge del trap y el carácter independiente del álbum que integra podrían privar del status de hit.

La voz de Hilda es su tesoro, una pieza de cuidada cristalería, y quien es considerada unánimemente una de las mejores cantantes del rock argentino se lució en ese plano, de principio a fin de un concierto en el que introdujo la mayoría de las canciones con breves y afables comentarios relativos a la magnificencia del Coliseo o a lo que costó concretar este show, aunque también deslizó algún bocadillo teñido de urgente realidad política: apenas horas antes del recital la otrora corista de Los Twist se enteró de la renuncia del ministro Martín Guzmán, tomando un café entre nosotros y al mismo tiempo que toda la Argentina… incluyendo al presidente Fernández.

Tal como era obvio esperar, los picos emotivos del espectáculo fueron marcados por los hitazos Extraño ser, del primer disco de Man Ray, 1988, con pluma del inefable Miguel Zavaleta; Todo cambia, que le reportó al dúo que compartía con Tito Losavio uno de sus mayores éxitos, a caballito del suceso televisivo de la tira juvenil Montaña Rusa, de la que en 1994/’95 fue cortina musical, y Caribe Sur, de la misma banda.

Tras una hora casi clavada de show, Hilda coronó su performance con dos bises, que el público pidió de pie: Amapola, de su celebrado debut solista, Gabinete de curiosidades, del 2004, y el ya citado Caribe sur.

Cabe agregar que también picaron alto las dos de Charly que eligió cantar acá: Pasajera en trance, que parece construida para ella y que cierra Antigua en una versión con un sello personal, y Buscando un símbolo de paz. 

Fue un concierto con un perfume a ochentas y noventas, pero fresco, no marchito, como si la cantante nos hubiese mostrado, proyectadas, esas décadas de centros musicales transpirando miel, ya que sus nuevas obras respiran gratitud a ese tiempo y a sus máximos compositores argentinos pero tamizadas por herramientas y enfoques modernos, en un tiempo en el que el poptimismo que invita a celebrar la vida a pesar de tantas vicisitudes parece que vuelve a ser un alimento necesario.

Antes, y conformado para la ocasión, el cuarteto de Clara Tiani, en voz y sintetizador; Nicolás Holgado, en guitarra; Bruno Irastorza, en bajo, y  Lorenzo Blandamuro, en batería, desgranó un sólido miniconcierto de casi media hora, con Piano bar y Filosofía barata y zapatos de goma, de Charly; Sasha, Sissi y el Círculo de Baba, de Fito, y, de Spinetta, la gloriosa La herida de París (¡por fin alguien encara ese tema!), con lucimiento de bajista y guitarrista, y No te alejes tanto de mí. Una intervención certera pero contenida, puesta en función o al servicio del plato fuerte de la noche.

Por lo demás, lo organizativo resultó redondo: excelente sonido provisto por MB, de Moura-Blandamuro, con una correcta iluminación; puertas que se abrieron temprano para no congestionar el ingreso; recitales que empezaron a horario, sin esas ya tradicionales demoras que (generalizando) parecen parte del show en el arte de Bolívar, y que lo único que hacen es ‘premiar’ a los que llegan tarde castigando a los puntuales. Parecen detalles, pero no lo son: bien mirados, esos ítems también marcan la diferencia entre una producción entusiasta y una profesional, al margen de -o previo a- cuánto afine el ñato que venga a cantar. Y, si restallaban dudas sobre si en nuestra ciudad es viable para una producción llamémosle artesanal organizar conciertos con bandas y solistas de relieve nacional, con lo del sábado y sin saber qué queda en los bolsillos de Cable a tierra, tranquilamente podríamos suponer que sí, por lo que ahora sólo cabría seguir. Enhorabuena si es así, bienvenides a un tren que parecía descarrilado.

Chino Castro