24 de noviembre de 2024
por
Dr. Felipe Martínez Pérez
Mi tío es alto, es serio, es simpático. Mi tío es de pocas palabras. Las justas. Lo demás es ejemplo y ello surge del gesto, de la mirada, de las manos que acarician. Mi tío es sufrido. Mi tío es un hombre desde la boina hasta el suelo. Mi tío deambula por las laderas de Olimpo. Mi tío relumbra con el fuego de Prometeo. Camina erguido, la chaqueta de pana, gastada y digna. La escopeta colgando del hombro. El cigarrillo adornando el labio. Mi tío es el guarda de la bodega.
Yo soy feliz en el granero donde juego con mis primas. En ese mismo sitio tras los montones de nueces y almendras algunos esperan alcanzar la felicidad. Entre las nueces, las almendras, las avellanas, las calabazas, y los gatos que van y vienen sus corazones y el mío laten. La ilusión de la libertad y la libertad que busca la ilusión. Los mayores y los niños.
Mi padre no es mi padre cuando lo condenan a muerte, ni mi madre es mi madre cuando algunos vecinos relumbrones le dan a beber ricino. Al parecer se trata de la puesta en escena de un Gólgota de tejas abajo. Una función sin candilejas que parece tener mucho éxito. Lo cotidiano. Mi padre se lo aguanta. Tampoco puede hacer otra cosa. A mi madre no se le ocurre decir aparta de mí este cáliz. Podría haberlo dicho, después de todo es perita en pasiones. La de Jesús y las de los hombres, que para el caso es lo mismo, por aquello del hijo del hombre. En los pueblos las pasiones están a la orden del día desde siglos ha. Por lo demás no hay cáliz alguno. Solo una taza desconchada y sucia, donde otros ya han bebido.
Mi tío es el marido de mi tía que es la hermana mayor de mi padre. Mi tío es el cuñado de mi padre, pero sobre todo son amigos. Los une la caza y la pesca y mi tía, claro. Y la bondad a raudales. Y el prójimo. La caza mayor y los volátiles, los ciervos, gamos, y jabalíes. El conejo y la codorniz. Son excelentes tiradores. Mi padre lo acompaña a pescar. Orillas del Ebro donde coloca sus aparejos a escondidas. Mientras muerden el anzuelo levantan las piedras donde saben están los cangrejos y comen su tortilla trasegando un Rioja. Hablan de ayer.
Mi tío ha ido varias veces a la cárcel. Mi tío se la juega. Una boya ha pegado un salto. Mi padre salta del camión que lo lleva a la muerte junto a otros. Un caza soviético los ametralla, tira sus bombas. Varias pasadas rasantes. Descarga lo que lleva y se va. Muertos e incendios como en las películas, pero de verdad. Muertos propios y extraños. El piloto, en solitario, ha supuesto que unos iban a morir en pocos minutos, y a los otros había que matarlos. Mi padre se salva y lo mandan al frente. Han cortado unos racimos de las viñas. Sentados honran a Baco o al niño que pinta Murillo.
La pareja de Guardias Civiles hace escala en la casa de mi tío. La pareja, número y brigada, se recortan en lo alto del collado entre los almendros y comienza el descenso. Brilla el charol de los tricornios. Destellos en el metal de los máuseres. Las capas pardas son más pardas todavía a doscientos metros. Parecen imponentes, o es que yo soy pequeño. Caminan a buen paso. A las once y treinta dos, como siempre, dice mi tío. Hola Colás. Subid, subid que hace frío. Y junto a la lumbre comen jamón y chorizo, y un poco de vino, que continúa el servicio. En el piletón donde beben los caballos hay anguilas, barbos y alguna trucha. Cosecha furtiva. Tomo una anguila por la cabeza y resbala por mi mano apretada. Es viscosa y fría. El brigada al pasar no puede con su genio. ¡Buenas truchas Colás! Mi tío se hace el desentendido. En España desde inmemorial el pueblo ha sido furtivo. Los ríos y lo que llevan han sido de la Iglesia o de los nobles.
A veces con mi padre subimos a las viñas en un tren de mercancías. Los maquinistas lo conocen por el nombre y hablan de mi tío. En el último vagón mi padre habla con el guarda. No sé de qué hablan. En la estación se despiden. A menos de un kilómetro el Ebro ha transformado la vía en un ángulo muy cerrado. La ladera de un lado y abajo el padre río pasa haciendo ruido entre las piedras. El tren va despacio, el maquinista tira dos o tres bloques de carbón que recoge mi tío. Ha habido oportunidades que una figura humana sale del granero y corre y corre y salta. Alguien ha dejado la puerta del vagón a medio cerrar. Veinte minutos después en una curva cerrada está el enlace que lo ha de pasar a Francia. Las nueces, las almendras, el granero y las sombras furtivas que tienen cuerpo y alma y la ilusión de la libertad. Juego donde otros han jugado su destino. Soy feliz donde otros han buscado la felicidad. A las once treinta dos unos ojos miran por las rendijas. Número y brigada pasan a cuatro metros. Una escena repetida.
¡Eusebio baja de ahí que te van a matar! ¡Que nos estemos matando con todo lo que hay que hacer en España! Son las dos de la madrugada en el sanatorio de Miramar. El grito surge desde el sopor de la anestesia y el Alzheimer. Desde las brumas de la incoherencia, la frase de la coherencia tantas veces oída. En Logroño corre el Ebro, en Miramar las olas estrellan sus ímpetus en el muelle. Siempre el agua. Y el río pequeñito que pasa por medio de mi pueblo. El granero y Francia. Mis primas y los gatos y las nueces y las anguilas y las truchas. La enfermera viene corriendo. Tranquila, no pasa nada. A mi padre se le ha escapado un recuerdo.
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