La crónica diaria es implacable y, a veces, hay que decir cosas que nunca habríamos querido expresar. Cuando se trata de la muerte de una persona querida, esa contradicción en nuestro trabajo se hace mucho más dramática, diríase cruel.

Hace apenas unas horas nos dejó Carlos María Farace, a los 65 años. Carlitos Farace, ese emblema de la nocturnidad social de nuestro pueblo que, además de ello, también y especialmente fue un hombre sensible, amigo de sus amigos, enamorado de su familia y de su entrañable chacra Don Felipe.

Sin dudas Carlitos forma parte de la historia misma de la noche bolivarense. Allá por finales de la década del 70 inició su carrera como “bolichero” en Horus, ese entrañable pub de la calle Roca donde algunos y al amparo de su oscuridad, refugiábamos nuestros rostros adolescentes con pretensiones de adultez. Más tarde Hunter´s se transformó en un ícono bolicheril de esos tiempos y su impronta llegó hasta nuestros días al saltar de la avenida San Martín e instalarse en Alsina, hoy devenido en Dublin.

Carlitos fue un bolichero no sólo por haber sido dueño de dos referencias indudables de ese ambiente. Lo fue también desde el otro lado de la barra, donde instalaba su voluminosa presencia ofreciendo su vozarrón nicotínico a quien lo quisiera escuchar. Y a partir de allí tejió su propia tela de vida, perfectamente elegida, aunque ella le escamoteara otros retazos de felicidad, que hubiese merecido por cierto.

Polemista, a veces cascarrabias, conocedor como pocos de todas las características y perfiles humanos, al final se hizo querer por quienes lo conocieron en profundidad, un espacio éste reservado solo para los que pudieron penetrar su corazón, curtido en batallas emocionales como pocos. Quienes tuvimos la suerte de pertenecer a ese mundo, lo lloramos con una sonrisa.