30 de julio de 2024
El cuarteto desplegó en Casa Negra un precioso set de standards.
por
Chino Castro
Piezas de Miles Davis, George Gershwin, Sonny Rollins, Wayne Shorter y siguen las glorias, sonaron cálidas y oportunas la noche del sábado en Casanegra, en el debut de San Carlos Jazz Quartet, nuevo bondi musical estructurado por Ariel Tardivo (guitarra), Nicolás 'Tico' Álvarez (saxofón), Bruno Irastorza (bajo) y el sempiterno Lorenzo Blandamuro (batería), sin quien no parece posible en Bolívar ya fundar ninguna banda de rock y afines. A esta altura del 'doparti musical', un gol en el momento justo, porque ya era hora de escuchar alguito de jazz en un reducto del lugar.
Una propuesta necesaria dice el título. Alude, claro, a que el jazz no es un estilo que cultiven los músicos vernáculos. Tenemos muchos/as, pero que elijan uno de los géneros quintaesenciales de la música popular para salir a la palestra, muy pocos.
Casi ninguno, porque no recordamos propuestas del estilo en el hoy nutrido circuito vernáculo, en el que abundan -y siempre ha habido- el rock, el folclore y la cumbia pero no el jazz, al menos el 'puro', y vaya que siempre necesitaremos de semejante vitamina para vivir, por eso el calificativo de necesario, que suele estar reñido con el arte por su condición casi periodística o meramente burocrática.
El repertorio escogido tuvo como denominador común la amabilidad, porque el jazz también puede ser una suerte de contraseña para entendidos, sin embargo San Carlos Quartet se ocupó de armar un menú que no resultara astringente para oídos no cultivados, sin bajar la vara de la calidad, siempre altísima entre los compositores del género, en esta ocasión los más grandes, los que escribieron una historia que aún no ha sido superada.
Florecieron tres de Miles: All Blues (para abrir el concierto), Freddie Freeloader (el bis) y So What (promediando el viaje), de ese disco perfecto que siempre será Kind of Blue; Summertime, de Gershwin; Saint Thomas, de Sonny Rollins, en la que 'Lolo' bombardeó la sala con uno de sus tres apoteósicos solos de batería de la noche, como para hacerle frente al frío en remera, y Blue Moon, balada de Roger-Hart, cantada por Leandro Curutchet (único invitado), con sombrerito y pizza en el horno, ya que es el anfitrión de Casanegra y cocinero a cargo de 'lo salado', mientras su compañera, Celia González, se luce con 'lo dulce'. Una enumeración desordenada e incompleta del setlist, hubo más perlas de una música instrumental (con la citada excepción) que, por su riqueza, expansividad y calidez, no hizo extrañar la ausencia de una voz traccionando el bondi.
Los músicos mostraron su calidad y buen gusto a lo largo de poco más de una hora de concierto, con Tardivo y Álvarez a cargos de las improvisaciones y los solos, eficazmente sostenidos por la consistente base de 'Lolo'-Irastorza, que también tuvo momentos para su lucimiento, cada cual en lo suyo. Hubo un bombón especial, cual fue la versión de The Shadow of You Smile, de MandelWebster, pura delicadeza que Tardivo encaró solo y dedicó a su mujer, Mónica, que lo miraba desde la tercera fila a un tris de estallar en llanto. Ocurrió más o menos a la mitad del recital, lo que imprimió un matiz más a una ceremonia pletórica en colores diversos pero amigos. Y digo ceremonia, claro que sí: todo concierto de jazz lo es.
Lo demás, fue lo de siempre desde febrero del corriente, cuando el emprendimiento de Las Heras 250 abrió puertas: la 'buena vibra' del lugar, la comida simple pero rica y la cordialidad del 'mundillo' Casanegra, ese refugio-casa de familia que también es necesario en uno de los inviernos más fríos de nuestras últimas décadas, y no sólo por lo climático. Casi sin sitios para la música en vivo, lo que les complica la vida a los artistas pero también al público, el bien calefaccionado hogar de Celia y Leo se constituye así en una suerte de bastión de resistencia para todo lo que no sea ese pragmatismo puro y duro, con su correspondiente deshumanización y su exclusivo interés en el rédito económico, que signa este peculiar y casi siempre brutal tiempo de postpandemia que aún estamos tratando de entender (que no es lo mismo que aceptar).
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