28 de noviembre de 2023
Si viene el apocalipsis, a Gabriela Comas la sorprenderá trabajando. Tomando una foto en alguna juntada de temerarios que no se dan por enterados o quieren brindar por última vez ante al advenimiento de lo desconocido, terminando alguna serie para entregar o ‘desordenando’ su archivo, donde tiene todo pero no podría encontrar nada sin lanzarse a bucear, con resultados casi cantados, en ese inasible -y muy valiosoocéano de negativos, copias, papeles. O podría estar dando clases de Fotografía en alguna escuela secundaria, también.
‘Gaby’ comenzó su ya largo recorrido como fotógrafa a fines de 1990, justo cuando abrió Loft. Para bancarse los dos años finales de sus estudios de Diseño en Comunicación Visual, en La Plata, viajaba en un Liniers de línea todos los viernes, y durante dos noches acopiaba imágenes de gente en ‘situación de boliche’, que luego comercializaba, a 4 pesos la unidad. No tenía una moneda, como ella misma admite sin ambages, y había que rebuscárselas.
Su madre le llevaba la cámara a la puerta de la discoteca, al que ella llegaba con bolso y todo para ponerse a la tarea, mientras los demás, incluyendo a sus amigos, bebían y bailaban a su alrededor, charlaban y se lanzaban a la aventura en el gran templo de la noche vernácula durante toda una década en la que el país pasaría de la esperanza, la pizza con champán y las promesas sobre el bidet, a la hambruna, el hartazgo y el estallido. Usaba una máquina que le había prestado Carlitos Rodríguez, histórico profe de Química y padre de su entrañable amiga María Alicia.
No sabía entonces que unos pocos años después, en 1996, tendría su propio local, al lado del actual Blanco y Negro en colores, ni -mucho menos- que la imagen adquiriría un auge cultural tan mayúsculo como para justificar el mote de homo videns que un certero pensador tano otorgó al hombre contemporáneo. Sí sabía ‘Gaby’ que había que ‘sacarles jugo’ a las fotos, no era sólo por el gusto de registrar para la posteridad, que también es un modo de permanecer en la historia tanto como escribir un libro o grabar una canción, ya que si la foto es buena el fotógrafo pasa de testigo a protagonista.
O, mejor, sabía que a algo tenía que ‘sacarle jugo’, y la fotografía le parecía un camino óptimo, porque coincidía fluidamente con su gusto. Desde entonces se movió como socialera (el término es de ella) en cuanto encuentro social aconteció en Bolívar y convocó su cámara y su sensibilidad: casamientos, cumpleaños, bautismos, eventos institucionales la tuvieron ahí, a su manera completando el momento. Mientras, en treinta años de trabajo poco tiempo le dedicó a la fotografía por placer, una suerte de rama artística de su profesión, por eso para algunos ha de ser toda una novedad encontrarse en el sector de ingreso al municipio, en la Galería Javier Costa, con una expo suya más personal, no de fiestas ni acontecimientos sociales sino de un emocionante viaje a India que realizó al filo de la pandemia.
Cuando la muni gestó el proyecto de armar la Galería Javier Costa, en homenaje a uno de sus trabajadores de prensa, que falleció durante la pandemia de covid, ella apoyó desde el primer día. La convocaron a exponer y finalmente todo derivó en Bajo el mismo cielo, que así se titula su muestra, en la que se ven postales de la vida en India, con sus calles, sus costumbres, sus fortísimos contrastes sociales y culturales y fundamentalmente su gente haciendo lo suyo. (En principio, ella había pensado en una selección de imágenes de mujeres bolivarenses que a su criterio merecen un reconocimiento, porque el convite inicial era para octubre, pero como se demoró a noviembre decidió cambiar el motivo, y así echó mano de esas imágenes de su conmovedor viaje a India.)
¿Qué hay en Bajo el mismo cielo?
- India me impactó tantísimo… Por lo ecléctico, por la diversidad de cosas que se ven, y porque cada paso que das es una fotografía. Seleccioné como doscientas fotos de los álbumes que tenía, pero como acá hay un límite de veintidós, me incliné por las veintidós primeras. Son fotografías costumbristas: casas, calles, personas trabajando, básicamente. Me impactó cómo trabajan las mujeres, a la par del hombre en las construcciones, las cosechas; el contacto con la vía pública, donde pasa alguien con un carrito transportando un pasajero, y al lado un camello, y al lado un elefante para exhibir, y al lado un auto impresionante. Es terrible la diversidad. El cablerío, la maraña de cables, que no sé cómo detectan el que se corta…
¿Y te interesa exponer, o acá es por una cuestión de compromiso, por haber sido parte de la idea de la Galería desde el principio?
- Pintó y dije que sí. Pero yo creo que mi problema siempre es el tiempo. Uno participa de la Rural, por ejemplo, y arma una expo, yo siempre en esos casos recurro a fotos de la gente, las del último año, y selecciono de ahí. Pero en todos los cursos de fotografía nos dicen que hay que proponerse realizar una vez al año un trabajo personal, yo hace años digo ‘lo voy a hacer, lo voy a hacer’, y no lo hago.
“Vivo mirando el cielo” Decís que por una cuestión de tiempo, de mucha carga de trabajo. ¿Si te dieras ese espacio cuál sería tu trabajo personal?
- Buscar mujeres de Bolívar, que sé quiénes son, lo tengo en la cabeza hace años. Me gusta conservar la historia. De hecho, en la escuela insto a los chicos a que investiguen su árbol genealógico, porque sus abuelos y bisabuelos han dejado una huella, en algún lado están, en una esquina, una cuadra, una casa, un comercio o un cartel. Aportar a ir armando la identidad de Bolívar es algo que me interesa. Iría por ese lado.
No fotos de pájaros, de flores, ir al campo a ver qué se ve. Lo tuyo es bien urbano.
- Sí, pájaros y flores no. Al campo iría a una escuela rural. Lo mío es la gente, definitivamente, la gente haciendo lo suyo. Si alguien me dice ‘mirá qué lindo pájaro’, lo miro, pero recién si alguien me lo señala, no lo descubro sola, como sí veo a la gente haciendo alguna cosa, algo extraño. Eso es lo que me interesa.
Vos le sacarías una foto a alguien mirando un pájaro, no al pájaro.
- Claro, yo le sacaría a la persona contemplando el ave. No me interesan las aves ni las flores, pero la arquitectura sí, los ornamentos en los frentes, y especialmente los cielos, las nubes, vivo mirando el cielo. De hecho, tengo una imagen de la punta del Everest entre las nubes, de cuando volé. Me encanta ver desde el avión las nubes, el cielo, estar por encima de las nubes y mirar la ciudad abajo.
Pero vas de encuentro en encuentro, lo ‘socialero’ y casi nada más.
- Sí, qué mal, ¿no? La gente me dice que al tiempo se lo hace uno, que uno administra su tiempo, uno es dueño de su tiempo. No estaré priorizando, ¿será eso? Seguramente. Capaz que empiezo ahora (se ríe). Todo es posible.
¿Vas ‘viendo’ fotos, o es un lugar común creer que alguien que es fotógrafo ‘encuentra’ fotos, encuadres, dondequiera que vaya?
- Veo cosas para un foto, sí, escenas que recortaría en una foto. Me quedan en la retina, no saco la foto y chau, no existe más la posibilidad. A veces podés más o menos reconstruir la situación, o buscarla para registrarla. Pero no ando con la cámara encima, sólo la llevo para trabajar. Debería tenerla conmigo para no perder eso que veo, pero no lo hago. Cuando intentás rearmar la escena o salís a buscar una composición similar, nunca lo lográs, porque te queda en la retina lo que viste cuando tendrías que haber sacado esa foto, funciona así.
¿Intervención digital sí o no? Hay una grieta ahí.
- La intervención digital me gusta, el retoque no.
¿Y cuál es la diferencia?
- Se interviene algo que ya está, con una intención. Eso sí.
¿Photoshop no entonces? Calificaría como retoque…
- Califica como retoque. Pero están el retoque y la transformación. Si por ejemplo te salió un grano, que es temporal, yo te lo podría sacar de la foto. No me parece mal. Si se te moja la remera con transpiración, también te lo corrijo. Pero si a alguien que usa talle 36 hay que llevarla al 32, me parece que no, que ya es una falta de respeto incluso. Con el retoque extremo no estoy de acuerdo.
Pero la intervención sí.
- Transformar algo pero no retocándolo, sino con una intención artística, me interesa. Querés transmitir algo, no sé, hacer un Botero con la fotografía de alguien, algo así como dadaísta, si querés. En una casa de tu infancia incorporarte vos mirándola desde lejos; hacer una composición, de eso se trata.
Una pionera
Cuando comenzó con su profesión, había siete fotógrafos profesionales en la ciudad. Y faltaban años para que la imagen se transformara en una suerte de ordenadora social. Gabriela fue una precursora dentro de un oficio que no cesó de expandirse hasta el presente, cuando ya cualquiera es fotógrafo de sí mismo y quizá sólo logren mantener vigencia los profesionales que hagan la diferencia desde lo artístico, o los que ya son una ‘marca’ en su aldea.
Pero lo que sí es seguro es que la gente, usted, su vecina y yo, seguirá deseosa de retratarse y construirse ante el otro a través de imágenes que muchas veces son auténticas mentiras piadosas. A Comas le “costó mucho” pasar de lo analógico a lo digital, pero tuvo que beber ese trago para hacer pie en el mercado. Los años transcurrieron, y a esta altura de su vida la emociona su inserción familiar en ya cientos de hogares bolivarenses: retrató el casamiento de padres que ya tienen hijos grandes, y siempre estuvo ahí cuando la circunstancia la convocó a eternizar las alegrías de sus coterráneos, porque en la tristeza nade quiere fotos.
Ha acompañado el trayecto de vida de gente de la que, en no pocos casos, terminó siendo amiga. “Y me encariño con los clientes, les conozco la vida por haber estado con ellos, trabajando, en un montón de situaciones. Tengo todo guardado, pero ordenado, seleccionado, nada. Todo por número, por fecha, yo sé que está, ahí atrás, en ocho millones de cajas de negativos, pero bueno, sería muy difícil encontrar algo…”.
Todo está guardado en la memoria, escribió León Gieco. Y en fotos también. En los caóticos archivos de Gabriela Comas, hay un mosaico fiel de la historia reciente de nuestro pueblo, porque también en las alegrías se ve quiénes somos.
¿Cuál es tu foto más querida, la que llevás en el corazón? (Piensa unos segundos.)
-A todas las que he sacado les guardo cariño… Pero hay una que tengo acá, que todos los que vienen la contemplan con afecto, y me lo recuerdan a él, a Ramoncito, el pochoclero (Ramón Britos, un personaje entrañable de la ciudad, un duro sensible, que falleció a fines de 2006). Me acuerdo que le dije que quería hacerle un retrato, yo todavía estaba estudiando Fotografía. Resulta que se apareció en casa re lookeado de motoquero, con la moto.
Se transformó la cuadra de Las Heras, a la noche, saqué los flashes para poder agarrarlo, le hice una sesión con flashes, con todo; él estaba chocho, feliz. Me quedó esa foto guardada ahí, los negativos no sé dónde quedaron. A él le encantaron las fotos que hicimos, traía a sus amigos acá, gente de afuera, para que miraran la que tenemos ahí. Lo vivió como un reconocimiento.
Hace unos días estuve con Hernán Caraballo, y le comenté que yo tengo una foto de él de chiquito, con un caballo, su papá me llevó al campo para fotografiarlo. La tuve siempre acá, y se la di. Fotos que me han ido quedando, cosas que me han ido pasando.
Chino Castro
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