17 de noviembre de 2022

Opinión

Opinión. La aventura del pensamiento


Pensar es la única aventura que me atrevería a recomendar. En este, en cualquier tiempo.





Pensar, que es dudar.





Que es respetar, pero también descartar a tante cacatúa que se cree con la pinta de Charly Gardel: “Sólo aquel que se ha fatigado para formarse sus propias creencias, sabe respetar las creencias de los demás”, dice Ingenieros en la definición capital de El hombre mediocre, lo que no implica tragarle el sapo a cualquiera, ni vivir envenenándose con el ‘humo’ ajeno.





Pensar, que es decir hasta gritar, pero antes es escuchar, e incluso escucharse.





Que puede ser titubear, o todo lo contrario: trompearse.





Que es revisar y a veces (a veces muchas) contradecirse.





Pensar, que jamás está pendiente de la coherencia.





Pensar, que es amar el silencio.





Que es contemplar el río sin ponerse a explicar su delta.





Que es bajar en tobogán, pero para ir subiendo.





Que es melancolía, pero jamás resignación.





Pensar, que es sumergirse en arte para emerger sacudido, sin haber entendido todo. La obra debe ser más grande que vos, jamás un saco a medida. Crecés o te quedás, vos sabrás; el bolsillo es lo de menos, bolsillo gordo mata neurona (no siempre). ¿Y si nos abrazamos a la idea de que la realidad es otra rama de la ficción, y salimos a ensanchar la ciudad? O a beber para emborracharla, como propone Páez en aquella canción con la que le dio alegría a nuestro corazón, cuando nos parecía que Menem era lo más siniestro que en democracia podía pasarnos, y ahora nos parece que Macri.





Pensar, que es considerar al arte un imprescindible pan ‘rompecabeza’.





Pensar, que se conjuga en V.





Que es remar entre ideas sin saber adónde vas.





Que es descubrir, y a veces confirmar.





Que es perderse (extraviarse, diría Symns), y acaso no volver, o no volver igual, que es igual a no volver.





Que es cincelar a golpe de neurona y paciencia nuestras propias, mínimas, grandes, indispensables certezas para seguir en la batalla armados con una convicción síntesis: todo, siempre, está por hacerse.





Que es dinamitar, pero también cobijar. Que ampara, e incluso aísla cuando se viene la ola de la degradación.





Que más que encontrar un orden en el desorden, es crearlo.





Que puede ser cambiar sin (necesariamente) demoler pilares.





Que puede ser no cambiar.





Que puede ser demoler pilares.





Pensar, que es volar arrastrando barrio. Que es elevarse con otros, porque a quien vuela solo se le achica el cielo.





Que es una disciplina y el mejor de los deportes, un esfuerzo pero no un sacrificio.





Que es destruirse, dice Symns. ¿Exagera, sobreactúa? No sabría decirte.





Que es quedarse solo, y, a la vez, nunca quedarse solo.





Que a veces es saber.





Que suele ser no ver.





Que puede ser gozar a la lógica, colársela por arriba con insospechado pie, con el arquero clavado al césped, como buscando una calculadora. En Qatar y el Mundial que quieras, incluso en algún país donde se respeten los derechos humanos en lugar de los tiránicos privilegios del negocio -si esto no fuera una mera, cansada utopía-; en cualquier potrero, si todavía queda alguno, o en la denostada ‘play’.





Pensar, que es viajar sin salir de casa, sin salir de vos, sin comentarle al mundo, sin selfie, sin utilidad, sin productividad y hasta sin reloj.





Pensar es reírse en el descanso de la curva de rendimiento.





Es perderse en el tiempo como un Capitán Beto que ni siquiera busca un anillo, no perder el tiempo, que no necesita que nadie lo cuide.





Es encender un fósforo cuando todos están en la ventana mirando llover.





Pensar es como bailar o nadar: hay que soltarse, dejarse ir, pero requiere cierta técnica.





Pensar es caminar hacia tu almácigo primordial (Rodolfo Braceli dixit). Es desenrollar hasta la punta el ovillo de tu soledad.





Pensar, que es refrescar la memoria, la gran memoria, no la que sirve para apilar datos. (Hay personas que poseen un arsenal de datos, junan hasta el banco de suplentes del equipo del tatuado Dompaoli, de nuevo en Sevilla. Ahora, eso sí: ni frotándolos consiguen encender la chispa de una idea, tienen tantos que se pegotean. Es, en general, gente que repite lo que más se escucha, alimentando un círculo vicioso y narcotizante.)





Pensar, que es mezclar, pero también embanderarse.





Que no está en contra del corazón, lo entiende.





Pensar es la única verdad. Tanto, que es verdat.





Pensar, la pensadera es otra cosa.





Estoy pensando que pensar es la única aventura que me atrevería a recomendar.





Chino Castro


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