Nadie duda que la de hoy será una Nochebuena muy especial. Lejos de abrazos que son cálidas caricias al
alma por las que esperamos nada menos que un año.

A distancia del beso que cura que recibimos especialmente en Nochebuena los que aún tenemos la suerte de tener madre y que deberá aguardar hasta cuando se pueda y ese mismo Dios que renace lo disponga.

Sin brindis ni comidas compartidas, ayunos de risas, de carcajadas porque sí, sin reencuentros familiares
de esos que hacen tanto bien y con todos los buenos deseos en silencio, sin poder expresarse como acostumbramos, como queremos, como necesitamos.

Los hombres, que siempre somos los que nos equivocamos aunque carguemos las culpas sobre el destino,
hemos conseguido que un virus minúsculo, invisible, miserable, nos gane la partida. Que nos empañe la mínima alegría que nos permitimos universalmente una vez al año y que, para colmo de males y a cambio de
sonrisas, florezcan disputas, peleas, discusiones. Al menos eso sucede aquí entre nosotros, en este pequeño punto del planeta llamado Bolívar que casi siempre es una isla en el mar de numerosos problemas, menos
esta vez.

Con todo y contra todo, habrá Nochebuena y Navidad. Y haremos lo que podamos hacer por celebrarlas. Con
dolor encerrado en el alma por lo mucho que perdimos, aunque aferrados a defender lo que afectivamente aún
tenemos.

Seamos capaces hoy de dedicar nuestra Navidad a
quienes más sufren este aciago momento. A los casi
600 casos activos de COVID entre nosotros. A los que
toman riesgo todos los días, a los que luchan por recuperar su salud en una sala del hospital, a los viejos que
reposan su despiadado encierro en un geriátrico, a los
que pasarán hambre porque el hambre es su rutina.
Navidad es nacimiento. Quiera Dios que nazca, en paz,
un nuevo tiempo. Que se lleve el dolor de esta pandemia. Que nos permita a los hombre reencontrarnos,
superando diferencias, para comenzar a construir un
mañana mejor.

Feliz Nochebuena, en lo posible.