Desde la medianoche del domingo, cuando fue descubierta en la vereda una placa que la identifica como tal, La Cultural pasó a ser Casa de la Memoria, obviamente sin dejar de ser biblioteca pero con un espacio y una misión relativa a aportar al trabajo de Abuelas de Plaza de Mayo, que aún busca restituir la identidad de unos trescientos nietos apropiados por la dictadura del ’76. Esto es así al pasar a formar parte la institución que preside Raúl Chillón, en noviembre, de la Red de Bibliotecas por la Memoria, una suerte de ampliación de la Red de Abuelas de Plaza de Mayo, como un modo de que la entidad que preside Estela de Carlotto haga pie en ciudades donde no tiene sede.

Antes del descubrimiento de la placa, se desplegó en las instalaciones de avenida San Martín un encuentro artístico-cultural de honda sensibilidad, que seguramente recordaremos los que estuvimos allí, muchos/as y en particular muchos jóvenes y hasta niños y bebés, a contramano de esas reuniones para ‘hacer memoria’ a las que asisten los mismos de siempre y casi nadie de menos de 35 años. Un dato súper alentador en días cargados de pesimismo, enojo, tristeza y miedo.

La idea fue compartir la vigilia hasta las 12 de la noche del sábado, para esperar el 24 y recibirlo como se merecen los luchadores de ayer y los militantes de los derechos humanos de este tiempo: ejerciendo la resistencia, si es con arte mejor todavía. Por eso desde las diez, y ya con mucha gente en el lugar, se presentó la obra teatral El que borra los nombres, con dirección de Carla Gentile y sólidas actuaciones de Gabriel Silva y un deslumbrante Leandro Galaz en el papel de un hombre que tiene en su poder el lápiz de borrar vidas.

Después, fue el momento para la música. En principio se presentó la cantante y pianista Maia Acosta, con gemas de Teresa Parodi y Alfredo Zitarrosa, la compañía de su madre en voz y un cierre de alta emotividad con Nicolás Holgado en guitarra, para una versión de Vuelos, clásico de La Bersuit que evoca los tristemente célebre vuelos de la muerte que se tornaron moneda corriente durante la dictadura. Bajo el piano, lució un pañuelo con la leyenda Memoria sí, toda una insignia y un faro este 24-3 infectado de negacionismo y siniestras reivindicaciones. Nico se quedó solo, para el segmento final, en el que el violero ‘debutó’ como cantante. Eligió dos canciones que lo interpelan y que lo remontan a su pasado infantil, cuando descubrió lo que es militar en la calle y defender a los perdedores de la historia, que son siempre los más dignos, de la mano de sus padres, Jorge y Sandra, a quienes dedicó su breve recital. Tocó una de Los Piojos y Vencedores vencidos, de Los Redondos. 

En el hall de La Cultural, continúa en vigencia la instalación de Selina Soysa, con la que la reconocida artista plástica ‘pone el grito en el cielo’ acerca del avasallamiento que están sufriendo el arte y la cultura a partir de las medidas de ajuste y desguace de áreas y programas promovidas por el gobierno nacional. El público aprovechó la espera y los interregnos para recorrer la galería de cuadros.

En la biblioteca propiamente dicha se montaron otras propuestas alusivas a la memoria, a este 24 de marzo (sí, no fue uno más) y al compromiso de seguir buscando/construyendo/exigiendo justicia en relación a unas de las causas centrales del ser argentino, quizá hoy más que ayer, cuando parecía que había al respecto un gran consenso general que el mero triunfo de Milei en las elecciones pasadas hace trizas. Y a la vez, toda una manera de defender a la democracia, también en peligro estos días.

Ch.C.