15 de enero de 2024

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Información General. Cosecheros: un estilo de vida al servicio del gran sector productivo del país


Hay una foto que se repite en cada fin de año y principios del nuevo. Es la de las cosechadoras acampando a la vera de las rutas, muy cerca de la planta urbana. Están de paso, pero también trabajando en algunos campos de la zona abocados, en esta época, a la trilla de la cosecha fina. En esos campamentos conviven hombres curtidos por la dura labor agrícola, que a simple vista parecen rudos, como tallados a cincel para especializarse en este tipo de tareas que, sencillamente, “no son para cualquiera”.





Este lunes, el cronista de La Mañana se detuvo a conversar con un puñado de trabajadores que, en plena hora de la siesta lugareña y con el sol calentando a fuego fuerte, aprovechaban la espera haciendo tareas de orden, limpieza y alguna reparación menor en el moderno equipo perteneciente al santafecino Eduardo Lillini, que todos los años pasa por Bolívar y encuentra aquí campos donde desarrollar su labor.









Daniel “El Gordo” Miño, de Villa Eloisa, Santa Fe; Javier “El Ruso” Hum (o algo así), de Entre Ríos; Lucas, de Córdoba; Héctor, también de Villa Eloisa y Diego de Paraná, se prestaron a la charla amena suspendiendo por un ratito sus ocupaciones y hasta vistiéndose para la foto.





El Ruso resultó ser el encargado general del equipo, quien se ocupó de resaltar que el compañerismo resulta esencial para poder desarrollar este trabajo, “aunque me hacen renegar bastante” según dijo en tono de broma. Fue él quien definió a la actividad como “un estilo de vida” y el Gordo complementó su definición asegurando que “hay que estar un poco loco para hacer este trabajo. Aquí no hay nadie normal, porque ¿a qué persona normal le va a gustar estar meses lejos de su casa?” Claro que no pudo con su genio e inmediatamente incluyó una broma en su razonamiento haciendo alusión a “la cansadora”. El lector sabrá comprender a quién aludía.





“Estas son nuestras casas”, resumió Javier a modo de presentación. “Una tiene 2,20 metros x 5 y la otra 2,20 x 6. Acá vivimos. Vinimos allá por el 15 de noviembre y no hemos vuelto a nuestras casas. Pasamos las fiestas donde nos agarró la noche y así es esto. Si tenés suerte compartís con tus compañeros y sino estarás solo en medio del campo”.





Aseguran que el trabajo viene bien. La cosecha de fina ha sido buena y eso los conforma porque el rendimiento económico, para ellos, es satisfactorio. “Tenemos expectativas de una gruesa buena también y eso nos levanta el ánimo y nos saca el cansancio”, según palabras de Miño, al cabo uno de los más conversadores del grupo y quizás el de mayor experiencia ya que lleva 31 años dedicado a ser cosechero.





Están a punto de retirarse de Bolívar, pero apenas será por unos 30 ó 40 días porque para entonces ya estarán a punto los girasoles, que este año hay y bastante en esta zona. A partir de allí ya se quedarán casi fijos porque vendrá la soja y el resto de la gruesa.





El fuerte nuestro de trabajo está acá, en Bolívar”, enfatiza el Ruso. “Hace muchos años que esta gente (los Lillini) llegó por aquí y siempre volvemos. Vamos a otros lugares también, como Córdoba, Tandil o el sur del país, pero siempre la apuesta fuerte es Bolívar”.





El equipo que tienen a cargo es verdaderamente magnífico. Todo equipamiento Jhonn Deere muy moderno, lo que evita problemas. “No renegamos casi nada, opinó Lucas. Ni con el patrón, porque le gusta poco el campo”, dijo risueñamente el cordobés.





No dudamos en calificarlos como un ejemplo de vida. Una demostración cabal de que se puede progresar trabajando, con mucho esfuerzo claro está y con muchas resignaciones especialmente en este caso referidas a la familia y los amigos. “A veces nos pasa en nuestros propios pueblos que nos señalan un poco. Este hizo plata es el razonamiento. Y obviamente que venimos porque nos reditúa bien pero dejamos de lado muchas cosas. Yo no tengo hijos, pero tengo sobrinos, hermano, amigos. Y sucede que uno casi nunca está. Te necesitan y no estás y hay que lidiar con ese tema”, casi filosofa Javier.









La primera vez que salí a hacer este trabajo mi hija tenía 20 días de vida y hoy tiene 18 años”, dice Héctor. “Todo pasó en  un pestañear de ojos y sé que mi hija está orgullosa de mi, pero es muy alto el precio”.





Lo que este trabajo te quita no puede comprarse con plata”, define con toda precisión el Ruso. “Así que si te subís a este trabajo tenés que ser muy consciente de lo que estás haciendo porque es como subirse a un barco. Es muy difícil bajarse”.





El tono de la charla se puso bastante tristón, porque aquellos hombres que parecen rudos a simple vista demostraron que también son capaces de que se les nublen los ojos cuando hablan de sus afectos. Y que reconozcan que la soledad a veces impacta y que todos estén esperando el día del retorno a sus hogares.





Esta nota pretende ser solamente un recorte a trazo grueso, una pequeña e imperfecta síntesis que rescata un acontecimiento que, no por repetido, deja de tener su originalidad en cada verano pueblerino. Pretende igualmente rendiles tributo a estos hombres rudos de ojos nublados que, como ellos mismos reconocen, forman parte del sector productivo del país. Nada menos.


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