29 de diciembre de 2024
por
Dr. Felipe Martínez Pérez
El día que nací hacía calor en la montaña. Era verano, claro. En algunas callecitas del pueblo y después de tres años, aún se podía ver la sangre coagulada. Esto, por supuesto, me lo han contado. También me han contado que en el bosque los lobos andaban sin sosiego por la gran cantidad de disparos. Estoy seguro, aunque nadie me lo ha dicho que Caperucita habrá aprovechado para correr y llegar a casa de la abuela, sin lobo impertinente, según la tradición. Y sé de mastines, que mi pueblo es pueblo de pastores mesteños, que iban de aquí para allá y vuelta para aquí, y salir por una callejuela o entrar al casino buscando a sus dueños que no verían más sus ovejas, ni tendrían recuerdos que desmadejar frente a un vaso de vino.
Los recuerdos del pueblo llegan hasta el rey Alfonso, que así lo atestiguan los documentos con sus sellos reales que he tenido en mano. Mi memoria por vía materna asegura que de ahí soy y los apellidos aparecen en los documentos del rey llamado el Sabio; porque lo era. Por supuesto que ya existía el pueblo y hay trazas prehistóricas, como la casa del pastor que era una chocita de piedras y paja. Durante siglos las autoridades se han llamado igual y solo cambia la posición de los apellidos, que preceden o van atrás. Desde inmemorial, son tres o cuatro familias. En tiempos de la República todo el Ayuntamiento era socialista, de aquellos socialistas de verdad.
Al término de la guerra incivil todo el Ayuntamiento compuesto de albañiles, carboneros y obreros de la fábrica de mantas fueron fusilados, para que todo quedara como siglos atrás. Pero siempre después del fuego queda algún rescoldo. La maestra y sus hermanas siempre me han dado albergue y la cama del obispo; aunque en el fondo se lo daban a mi padre; votaban al socialismo y guardaban en custodia en su casa solariega todas las cosas de valor de la iglesia, entre ellas el cáliz de plata sobredorada del mil quinientos. Cada vez que he ido la he pedido para tenerla en mis manos; y estremecerme. ¡Julia muéstrame el cáliz! Las manos y los siglos.
Mi padre fue uno de los que subió al cerro con aparejos y mulas, la mole de granito dividido en piezas, del Sagrado Corazón que continúa a más de mil metros mirando al pueblo. O el pueblo lo mira a Él. Mi padre arreglaba en la iglesia y las ermitas lo que hubiera que arreglar. Después de la guerra, no le dejaron tocar nada que tuviera que ver con lo anterior. Curiosamente en Miramar, su primer trabajo fue reconstruir la ermita de la estancia Bellamar que decían era la más bonita de la que poseían los Bunge. Un veintiuno de septiembre fuimos los del Nacional a pasar el día y ahí estaba la ermita y un arroyuelo a pocos pasos.
La huella de mi padre y el agua que corre. El tiempo y los recuerdos y el arroyo de mi pueblo en Miramar. El día que nací no pasó gran cosa en España; me refiero a algo de importancia, más allá del hecho fehaciente de mi nacimiento que en el pueblo tuvo su eco, y los pobladores con el boca a boca lo anunciaban por las empinadas callejuelas, y unos lo dirían con inquina y otros con amor, oye Julián, que la Paca, la del ricino, ha tenido un niño. En suma pocos datos para la posteridad, más allá de quedar asentado en los documentos pertinentes, que después, nadie, salvo algún investigador y el interesado si necesitan partidas y esas cosas. Claro, tampoco iba a quedar otra cosa asentada porque no había periódico en el pueblo. Lo curioso, aunque parezca mentira, el ABC de Madrid, tan importante y monárquico, ni se dio por enterado. Y eso da rabia, porque al fin y al cabo por estas fechas publicaba cosas intrascendentes. Por ejemplo, ese día en la tapa traía cuatro fotos entrelazadas toda página, que reflejaba la vuelta a España, de "una nueva expedición de voluntarios de la División Azul" que habían ido a matar comunistas al frente ruso con los nazis. Así decían ellos, los voluntarios, Por supuesto no hablan de las bajas, ni de los prisioneros. Pero en una de las fotos desfilan en una diagonal estupenda, desde el punto de vista fotográfico, con buena profundidad de campo. Marciales y bien vestidos y hasta se les nota afeitaditos. En otra imagen el tren entrando en Burgos que al pie de foto asegura el apoteósico recibimiento de los burgaleses. Hay otra de unas guapas y alegres señoritas, ramos de flores en ristre, bueno, en los pechos para honrar a los soldados, y otra, por fin, con el teniente coronel que mandaba la expedición, saliendo de la estación. O sea, poca cosa, comparada con el acontecimiento del pueblo, del cual yo era partícipe principal.
Lo bueno estaba en la tercera página, la famosa tercerita del ABC, que al día de hoy quien no ha sido invitado a esa página es un don nadie. Pues ese día la ocupaba Azorín, que andaba recorriendo manchegas tierras siguiendo los pasos de su protagonista inmortal, entrando y saliendo de casas solariegas; algunas, con sombras y silencios por ausencia de viejos hidalgos, aunque encuentra una viejecita que recuerda unos ojos glaucos o negros que traen a colación viejos amores o desamores. El artículo se titula ANHELO. El ambiente es recatado, sombrío. La sirvienta pretende alegrar a su ama con los sucedidos que le cuenta, pero está triste, retraída. En el Toboso no pasa nada. Sin embargo, bajo el balcón ha pasado un caballero vestido de punta en blanco. Aldonza Lorenzo ha llevado el vaso a sus labios, "se ha limpiado después con un pañuelito de encaje y ha tenido el pañuelo blanquísimo en la mano contemplándolo absorta un rato". El día que nací todavía se veía sangre coagulada. Mi gata acaba de saltar al escritorio. Le gusta la música clásica y la que surge del teclado, y el movimiento de los dedos. Mi gata se llama Aldonza...
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