13 de julio de 2023

Información General

Información General. En busca de “nuevas formas de entender nuestro pasado” para “entendernos hoy”


La escritora Laura Ávila protagonizó el miércoles una jornada con estudiantes de la escuela 2, con sus libros como motivo aglutinante y en el marco del proyecto institucional Conociendo a un autor, que la institución educativa sostiene desde 2008.





Ávila es autora de piezas que ya son clásicos dentro del circuito escolar, aunque planteen una perspectiva diferente en relación a los mandatos de la sociedad patriarcal, que como sabemos han inficionado e inficionan a la literatura que más circula hasta convertirla en una suerte de ‘voz oficial’ de la conciencia argentina.





Se trata de volúmenes que “entraron a la escuela contando una historia que quizá era la misma, pero el punto de vista cambiaba. Los protagonistas son niños y niñas que siempre están escondidos. Yo estudio mucho antes de escribir, y en las fuentes y documentos no están, porque en el siglo XIX no eran leídos como niños y niñas, y también dependía mucho de la clase en la que nacías”, explica la autora en charla mano a mano con este diario, en la biblioteca de la escuela 2 apenas minutos antes de dirigirse al SUM y encarar a su público: un grupo de pibxs de los primeros ciclos de ese establecimiento educativo, ávidos por intercambiar con ella tras haber leído algunos de sus libros desde marzo. (Por la mañana, la juntada fue con los educandos más grandes.)





Lo que decís es lo que sigue pasando.





-Sí, igual que hoy. Están invisibilizados en la historia, y ahí empecé a tirar de esa línea.





Laura (¡está en Wikipedia!, fuente poco confiable pero figurar allí denota una relevancia) ha publicado, entre otros, El pan de los patricios, El sello de piedra, Libertadores, Moreno, El general y la niña y Los espantados; casi una docena y media de letra contestataria, los bloques con los que ha levantado este presente del que se siente “orgullosa”, como veremos más adelante.   





“Renuncié a mucho, necesitaba hasta el último minuto para poder vivir de la literatura”





¿Y por qué surge en vos ese interés?





-Se fue dando solo, te diría. En mi primera novela, La Rosa del río, hay un personaje que es africano. En las primeras versiones no aparecía pero después se me plantaba solo en los capítulos, no había forma de sacarlo, cada vez que quería correrlo de la historia, volvía. Al final lo dejé. Siguiendo a ese personaje empezó a aparecer todo ese costado, que para mí es ancestral. Cuando empecé a escribir me di cuenta de que quizá mi familia era afroindígena, somos afrodescendientes y tenemos una descendencia indígena. Eso me ayudó mucho para elegir el punto de vista a la hora de contarlo: las mujeres, los niños, los afros, los pueblos originarios, que dentro de la historia oficial no están presentes. Yo no soy historiadora todavía, ahora soy docente en formación de Historia, en algún momento me recibiré y me gustaría incorporar esa disciplina científica en mis libros, que por el momento son ficción histórica, historias de literatura. Pero me interesa mostrar ese punto de vista, para mí es importante.





Ávila es realizadora cinematográfica (algunos de sus guiones fueron película) y productora de radio y televisión. “Comencé a estudiar esas cosas, me interesaba mucho la comunicación”, traza su pasado, que naturalmente opera en su presente. Se formó en los años noventa, pero cuando salió de los claustros universitarios “no había trabajo”. Recién pudo trabajar de guionista en los primeros dos mil, si bien unos años antes había podido experimentar algo de laburo en tele. “Pero lo que yo quería era escribir ficción histórica, y visualmente es muy difícil de lograr, ya que resulta muy caro filmar una película de esas características, ambientada con vestuario y demás”, admite. Así fue que imprimió un volantazo a su vida, bien sabemos que la necesidad suele ser la madre de frutos que, cultivados con paciencia, una pizca de sabiduría, otra de intuición y alguna gota de suerte que nos caiga en la cabeza, terminan convirtiéndose en el núcleo de señores platos. Ha sido el caso de Laura Ávila, sin ir lejos. “Entonces dije ‘bueno, mejor escribo sobre estas cosas y que la gente se arme la película en la cabeza’”, dice.





Y, casi veinte años después, podemos ver que resultó.





-Sí, resultó. Está resultando, es un camino que se actualiza todos los días, se lucha todos los días. Es también toda una decisión escribir y vivir de la escritura.





Lo dice con énfasis, Laura, con una sonrisa de dientes felices que ilumina el salón barriendo la fría niebla que se cuela por las ventanas, y las manos firmes de quien atesora conceptos para recién después salir a compartirlos, arrojarlos al viento de la historia sabiendo que alguien los va a encontrar, alimentar y volver a lanzar como si impulsáramos una paloma mensajera que sólo viajara hacia adelante repartiendo un nuevo saber, toda vez que enfocar lo mismo desde otro ángulo siempre entraña algo novedoso.





¿Y estás pudiendo vivir de la escritura?





-En los últimos tiempos sí. No es una vida en la que pueda tirar manteca al techo, pero es un camino posible. Y cada vez que me miro, miro la yo de la infancia y me siento orgullosa de este presente, de vivir de lo que me gusta.





¿Podés ‘ver’ a aquella Laura piba proyectando el camino que la Laura adulta ha ido trazando?





-Sí, sí. Yo ya sabía de chica que quería escribir. Le puse mucha fuerza a eso, me dediqué mucho, dejé muchas cosas en el camino, por ejemplo no hice una familia, esas cosas, para mí eran como un lujo. Todo lo enfoqué para poder escribir y tener tiempo pleno. Que a veces no es fácil siendo mujer, yo tengo muchas amigas escritoras que primero la casa, después el marido, más tarde los hijos, toda esa organización que es la organización del capitalismo, perdón que lo diga. Es una formación del capitalismo y del patriarcado, por eso a ellas les costó mucho escribir sus cosas y poder publicarlas, por todo ese trabajo extra que tenían. Yo es como que renuncié a todo eso, porque necesitaba hasta el último minuto para poder vivir de la literatura.





Y dentro de la literatura los libros para niños, un tipo de arte para el que “tenés que tener cierta aptitud especial, digo amar mucho a la humanidad y a la infancia, y entender que estás escribiendo para un niño o una niña”, planta su bandera.





Me detengo ahí: vos decís que para dedicarse a este tipo de libros hay que amar a la humanidad y a la infancia, una frase que me remite a Kapuscinski, cuando afirmaba que ‘para ser un buen periodista hay que ser buena gente’.





-Qué bueno, qué bueno (sonríe). Y sí, es un poco eso… Digamos que no es una literatura donde expresás libremente todo lo que querés decir, sino que tenés que tener en cuenta a la otra persona, la que va a leer. Hay algo de enseñanza, de educación, si querés: no es bajar línea, es reflexionar sobre nuestro pasado en común y ver nuevas formas de entenderlo para entendernos hoy. Yo creo que así funciona esto. Y sabiendo que lo va a leer un niño, no un adulto que ya tiene una opinión formada. Es un poco también ayudar a que el otro se forme, y que eso también sea literatura, también sea una arte.





Cuidar la estética, más allá de la ética que estás planteando.





-Cuidar ese fuego sagrado que es inefable, la literatura, que es un arte.





Bueno, toda estética es también una ética.





-Claro, totalmente. Pero es un trabajo laborioso, a mí no me vas a ver escribiendo a mansalva cualquier cosa, porque siempre tiene que estar meditado, pensado.





Por destinar lo que hacés a los niños, debés sostener ciertos cuidados llamémosles especiales.





-Un cierto cuidado. Una tarea delicada, que encierra mucha ternura. Esas cosas tenés que tener en cuenta. Un poco se roza con el ser docente, pero no es exactamente así porque el día a día del docente es muy distinto y conlleva también una aptitud muy especial que tenés que tener para esa tarea.





Nuevos marcos para otros enfoques y contenidos





¿Cómo dialogan tus obras con ciertos recorridos en boga hoy, vinculados con el revisionismo histórico, el feminismo, el indigenismo? Amén de que la sociedad patriarcal ‘se va a caer, se va a caer’, pero todavía no se cae.





-Se va a caer y no termina de caerse; a veces no empieza a caerse, es muy difícil. A mí me pasa que entraron mis libros a la escuela antes de que esas luchas estuvieran tan presentes, tan definidas, entonces me fui dando cuenta en el camino de ciertas cosas que están en mis libros que yo no había percibido, y que las perciben los lectores. Eso para mí es re importante; son lectores niños que por ahí se van dando cuenta de esas cosas. Las seños, las maestras, trabajan mis libros acerca de la diversidad, de la ESI (Educación Sexual Integral), cosas que yo no sabía cuando los escribí, pero que se ve que están en el alma de esos libros, y está bueno, está bueno que ahora se pueda identificar de qué se quiere hablar, y que pueda compartirse todo eso especialmente en esos marcos. Está bueno, porque el propio docente, el propio niño, ya dispone de esos marcos.





Hay un contorno donde tus libros caben más cómodos que hace veinte años, cuando empezaste a escribirlos. Es como que ahora tienen un ‘recipiente’, encuentran trayectos de diálogo…





-Claro, cuando comencé era como muy loco, de hecho presentaba cosas en concursos y no ganaba, era como que ´sí, está bueno, pero no sé si a esto lo inventaste, qué onda esto del barco esclavista…’.





Ha de ocurrir que la estructura patriarcal planta una resistencia doble, digámoslo así, en el caso de una mujer revisionista que viene a reivindicar las causas que vos reivindicás. Han tenido que aceptar que el revisionismo existe y ya es toda una corriente, pero una mujer revisionista suena a demasiado… ¿Te lo hacen notar?





-Sí, es así, todo es así… Es un mundo hecho por los varones, entonces es muy difícil instalarte en ese diseño, pelearla desde un lugar distinto, no siendo un hombre vos y no tomando esas armas, tan agresivas, sino pensando el mundo desde otro punto de vista, de otra manera. Yo encontré este camino, que es literario, hay gente que es licenciada en Historia, que desde la ciencia instala otro punto de vista. Pero falta mucho.





Hay gente que milita políticamente, en términos explícitos, pero es todo parte de un mismo colectivo.





-Toda una cosa que está pasando ahora, pero que encuentra mucha resistencia, hasta en las cuestiones más nimias: vas a una escuela y hay un escritor varón, y es otra cosa, otro tratamiento, a la mujer la asocian más a un ‘bueno, la docente, la que viene porque le gusta’. Hay una diferencia.





Insisto: ¿sentís esa resistencia?





-Y sí, sí, a veces sí. No es el caso de acá (la Escuela 2), donde fue muy linda la manera en que me recibieron. Yo siento que hay un mundo muy femenino dentro de la escuela, muy sororo. Te reciben con amor, notás que han trabajado mis libros desde un lugar femenino, y eso es súper interesante y lindo. Pero hay veces que vas y es la casa de Sarmiento (se ríe), le mandamos un beso a Sarmiento.





Obviamente recorrer el camino que elegiste, escribir lo que escribís, desde esa perspectiva, ha de granjearte también muchas satisfacciones y reconocimientos.





-Sí… Yo creo que hay como una alegría en el encuentro con los lectores y lectoras. Son un poco mi familia también, una suerte de familia extendida gigante. Es mi acercamiento a las infancias, la alegría de ver niños, de compartir con ellos.





Ya son unos cuantos libros, ya ha de haber gente que te sigue.





-Sí, gente que espera el nuevo trabajo, gente que ha hecho talleres conmigo y tiene una noción de los temas que voy tocando, más otros que van incorporándose. Es un camino de todos los días.





Chino Castro


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