7 de enero de 2025

OPINIÓN

OPINIÓN. Ni olvido, ni celebración

La muerte de Lanata.

por
Chino Castro

Murió Lanata y muchos buenos festejan, por eso los malos siguen ganando.

Ryszard Kapuscinski dice que no se puede ser buen periodista sin ser buen tipo, y Lanata terminó pareciendo un jodido que no se quería ni él, aupado por los peores. O será que hizo cosas jodidas en sus últimos años profesionales, cuando cayó en las redes del periodismo basura, jugándola de operador, de gurkha con micrófono, más que de trabajador de los medios. Capaz en sus primeros tiempos también y uno ni se percataba, o hacía 'la vista gorda' por coincidir con su línea editorial. Mierdas que no habría que olvidar, porque siguen oliendo y doliendo.

De ahí a alegrarse por su muerte, media un abismo que sería sano no zanjar. Considerar a su fallecimiento una buena noticia te baja a la par de los que festejaron cuando murió Néstor, incluso en un conocido café de esta ciudad que caminamos vos y yo. Para no remontarnos al tristemente icónico 'Viva el cáncer'.

Si vamos a ser mejores, la muerte de Lanata nos da una buena ocasión. Si nos hemos dado la loable misión de construir entre tantos que destruyen, de marcar la diferencia en la era de la demolición, construyamos, que a veces es callar. Es fácil: hay que poner un ladrillo y después otro, tratando de que estén alineados. Autopercibirse mejores conduce a la autocompasión, y no hay nada más impotente que mirarse al espejo y ver a Delon. Pero si lo que nos mueve es el palo por palo y avasallar todo matiz, al menos sepamos que vamos a perder: ellos tienen los fierros.

Bueno o malo o ambas cosas, Jorge Lanata fue un periodista brillante, que supo defender a los perdedores. Entre otros aportes a la cultura vernácula, armó Página/12, renovó el periodismo gráfico 'para todo público' con inauditas dosis de ironía y creatividad, y manejó un plantel de ilustres que le pateó el culo a todas las Redacciones de la hora. Creó el imperecedero Hora 25, en una Rock & Pop que pronto empezaría a perder frescura, Día D en la tevé, y revistas y un diario explosivos y poco duraderos pero que dejaron marca (y seguramente deudas sobre las espaldas de esos laburantes que nunca son los que toman las decisiones). Y en La Luna, un efímero ciclo de entrevistas que prometía mucho y abarcó poco, se animó a decirle a Charly en la cara que se autocopiaba y se daba cuenta, forzándolo a perder la chispa genial para espetarle un tosco "me parece que vos sos un pelotudo".

Brilló hasta que perdió originalidad y se fue apagando como un pucho recién consumido, nada en su medida ni armoniosamente. Los tiempos de inventar pólvoras habían quedado lejísimos. Con el advenimiento del cristinismo se quedó afuera de alguna 'torta' grande (no necesariamente económica), y todo lo que hizo desde entonces pareció hijo del resentimiento y una sed de venganza que siempre descarrilan en boomerang. Y con tal de seguir 'en el ruido', no tuvo empacho en darse vuelta como un panqueque, en busca de ese Edén que los reyes del Mal se reservan para ellos, no para sus bufones.

Hasta que en algún momento de esos años su ego se desbordó como un globo imposible de bajar a tierra. Y ese día en el que él pasó a ser más importante que lo que hacía, todo se fue a la mierda, y la propia caricatura en que convirtió/convirtieron su vida terminó devorándolo. Pero sufrió un calvario indecible en sus últimos seis meses, cosa que a nadie debería producirle gozo.

Claro que tampoco deberían tener cabida en la hora afirmaciones encalladas en lo estúpido, como que le debemos la democracia, tal lo que sostuvo algún colega del pulpo mediático de Héctor Magnetto. Qué quedaría para Rodolfo Walsh, al que esta gente quiere no conocer. O que les abrió los ojos a los argentinos, tan idiotas que son. O imponer, con cara de Mariano Yezze tras una sesión de masajes con Ernesto Tenembaum, que todo el país llora la muerte de Lanata. Sólo les faltó aseverar que le enseñó a hacer periodismo a Mariano Moreno, que se desvió y se hizo militante.

No es necesario llorar, no tiene por qué haberte producido dolor el fallecimiento de Lanata, pero tampoco regocijo. Celebrando su muerte le abrimos de par en par la puerta de casa a lo violento, a la cultura de la cancelación, que es la de la eliminación y, mirada de frente, la de la simplificación y la deshumanización. Milei, agradecido, y hasta el propio Lanata ha de reír ácidamente dondequiera que esté, porque siguen ocupándose de él.

Cuando eso pasa, es que el amor es más débil. Por eso, ni olvido, ni celebración.


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