28 de agosto de 2023
-Exceptuando los Golpes y aún con ‘grieta’, la Argentina ha estado sostenida por una suerte de consenso político-institucional: peronismo-antiperonismo. Un equilibrio precario, dinamitado a veces por sus propios guardianes, pero equilibrio al fin. El eje sobre el que se ha mecido uno de los pueblos más talentosos y resilientes del sur, en una delicada convivencia. Casi sin saberlo, se ‘turnaban’. Hoy, por mucho que se diferencien los dos grandes bloques antagónicos o proyectos de país, para un grueso de la sociedad argentina son ‘el sistema’, vale decir los padres de este agrio caldo de pobreza, exclusión, precarización laboral, degüello de oportunidades, transferencia continua de recursos de pobres a ricos, corrupción y privilegios para pocos. Es más que sólo el crujido de ambas coaliciones, hoy llamadas Unión por la Patria y Juntos por el Cambio y hace añares política de palacio en detrimento del asambleísmo y el pulso de la calle como amalgama de las mesas donde se cuecen armados y estrategias. Lo que se desvencijó es aquél tácito acuerdo: listas a dedo, camaleonismo, oídos sordos y sanas cadenas, saltos económicos que no pueden explicarse salvo en esos quinchos exclusivos para saltadores, funcionarios que no funcionan/no atienden, coacheo hasta para decir buen día, promesas sobre el bidet y una curiosa forma de meritocracia en la que el tipo de a pie queda siempre afuera. No son todes, menester es subrayarlo, pero el gusano avanza sobre la fruta mientras siniestros intereses ejercen presión sobre la sociedad para que se vuelque a uno de sus ‘deportes’ predilectos: hacer tabla rasa.
Muches se hartaron buenamente, y entonces surge lo nuevo, ese tal Milei. Al recipiente de ‘lo viejo’ han sido arrojados hasta los líderes/lideresas de la izquierda, aún cuando jamás gobernó y, ya que el electorado sigue sin votarla, continúa entrañando una novedad que a casi nadie le interesa probar. El líder libertario no se alejó de la gente, nació del alejamiento de la gente de la política tradicional, o con la gente ya alejada. Del abandono de sus viejos modos de vinculación con las bases por parte de la dirigencia política, que se encerró en su Torre de Babel a moldearse y moldear su aldea, brotan su puño en alto y el graznido de su estudiada gestualidad trastornada que empatiza bastante más de lo que hemos estado dispuestos a aceptar.
-Hablar de dos proyectos ya suma menos que Vélez, porque una mayoría de compatriotas es refractaria a escuchar contenidos que en la práctica no se cumplieron, o algunos sí pero por poco tiempo en relación a lo que dura una vida, y prefiere empujar a que termine de reventar todo cuanto antes. Después vemos, pero más parches no. Aunque lo complejo es que dentro de esa franja no sólo hay gente que está ‘al horno’. El sufragio ha Milei ha sido transversal, y ahí juega otra goleada de los medios: construyeron chispa a chispa y día a día el agotamiento del sujeto común, una categoría que primordialmente contiene a individuos que están bien pero cualquier bondi que lleve al saturado puerto del ‘Que se vayan todos’ sigue quedándoles justo. En una capa subconsciente, el individualista gusta sentirse mal aunque ande bien, ama quejarse de todo y está siempre presto a repudiar al que le brindó condiciones marco para su bonanza, que siempre considera producto del mérito propio. (Si es por arrimar el bochín a la Filosofía, podríamos decir que el que es individualista no puede estar bien nunca.) Tampoco le simpatiza que ‘el de abajo’ mejore, su piel le dicta que va por lo suyo, y toma medidas. (A un nivel más profundo, estamos en presencia de un tópico de orden cultural: nos han hecho creer que necesitamos más cosas que las que en verdad son indispensables para un buen vivir, y eso alimenta fiebres que atentan contra la convivencia, como el egoísmo y la competencia, y finalmente provoca una frustración en masa que cada quien canaliza como puede.) Aunque quizá a la massmedia el tiro salió por la culata: contribuyó a producir semejante enojo en tant@s, muy en especial con el kirchnerismo, que terminaron enfureciéndose otra vez con la ‘clase política’ y derivando no en Juntos sino en Milei, que viene de afuera. A tal nivel, que el sufragio al ex arquero de San Lorenzo no es vergonzante, como el voto a Menem en el ’95: hoy ser libertario es lo cool, y el progresismo atrasa, estanca, discute las comas, duda, se empantana y cansa. Es una tendencia mundial, y contra eso no hay mucho que pueda hacerse localmente.
A la base electoral de La Libertad Avanza le da más miedo salvar lo que está cayéndose para seguir reventando en cuotas. Desde esa perspectiva, inspira esperanza en vez de terror todo ese arsenal destructivo de los pilares de lo que fue el estado de bienestar, porque la buena digestión por la vida confortable ha ido trocando en gastritis o cosas peores, de la mano de ‘médicos’ conocidos.
La gente acostumbrada a proyectar siente escozor: los estudios, la pareja, el auto, la casa, los hijos. Hasta el ocio hemos planificado. Pero ahora algo cambió, en casi cualquier orden de la vida se observa que nada parece destinado a durar y hasta quizá el propio Milei, todavía un fenómeno a decodificar antes que un líder político, se extinga pronto o quede subsumido en Macri, el gran lobo de esta era sin Menem. Un marco de ansiedad y bordes líquidos, como nos enseñó Bauman, en el que viejos rituales pierden sentido. Caso votar, antes una ceremonia y hoy quizá una forma más de darle un ‘me gusta’ a alguien, como en el Facebook. Otra época, habrá que otorgarle tiempo para evaluar si mejor o peor, pero al menos asumamos que es hija de lo que hemos hecho. No vimos venir al trap, a Milei tampoco. Enojarse no sirve, llorar no da ni premios consuelo, creerse mejores no modifica el estado de cosas. El libertario entendió los nuevos clivajes de la hora, y desde el vacío cultural que con tanto derrumbe fuimos gestando irrumpió para cocinar un nuevo liderazgo, con mucho de distinto, desaliñado hasta lo desagradable y de contenidos turbios, delirantes o de una violenta frivolidad. Parece un bruto, desamorado, histérico y medio androide, pero detrás suyo hay sofisticación.
Aunque nos duela, su éxito habla más de nosotros que de él, ya que lo subimos ahí, como otras sociedades, de las que algo siempre quedará, levantaron a Hitler y a Videla. Incorporemos finalmente que tal vez el feminismo extremo de estos años, bien que sin quererlo, activó una virulenta reacción de cierto machismo quintaesencial que también encuentra un canal político en Milei, una trinchera donde abroquelarse. El odio también se milita y se lega como una casa, sabe sobrevivir y, al no tener talento, suele ser más trabajador que el amor. Ahora convendría indagar, prejuicios al margen, en el por qué de semejante sogazo. Preguntarnos por qué, si somos más buenos y más listos, se nos escapó este adefesio. O no somos tan listos, o no es un adefesio. Aquellos que ya comieron, bien podrían dedicarse a meter el dedo en esa llaga.
-Aunque no sea presidente, Milei ha ganado la batalla cultural del día, lo que a su impúdico modo también cristaliza un fuerte revés -no la derrota- a tópicos que a las militancias sensibles de este período les llevó un quebradero de cabeza instalar, vinculados con medioambiente y protección de los recursos naturales contra el saqueo y el crimen de las megaempresas globales ‘anti vida’. Mal que nos pese hasta el vómito. Porque recordemos que de lo que se trata es de una ‘guerra’ cultural con algunas batallas-mojón, y que en esa lucha nos irá la vida, con triunfos y derrotas que nunca serán definitivos ya que estamos hablando de la contienda de la raza en este mundo arrasado (por la raza), a punto tal que la hemos convertido en su razón de ser.
Hasta pronto.
Chino Castro
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