Información General. Un deseo ferviente, que triunfe la bondad

Todos los hombres merecemos ser beneficiarios de la bondad. Al menos en algunos momentos, y sobre todo en los pasajes más difíciles que nos toca afrontar como tales.

Si me perdona la auto referencia, necesaria para encarar con sentido esta columna navideña, digo que personalmente lo he sido. Necesaria, imperiosa diría, porque me ofrezco como testigo de que la bondad existe y que siempre reina por sobre las miserias humanas, que también están, claro que sí.

Como paciente oncológico descubrí la bondad en los ojos claros de Silvia, en la charla amena de Karina, en la dulzura de Soledad, en la serena palabra de Gustavo, en la pícara sonrisa de Laura, en la cálida protección de Sonia. Verdaderos ángeles con apariencia humana que, desde el Servicio de Oncología del hospital local, derraman bondad como bálsamo para quienes sufren. Ellos, junto a mi familia, amigos, compañeros de trabajo y hasta desconocidos bondadosos, hacen que por estas horas todo ese padecimiento que significa una enfermedad oncológica esté tentado de calificarlo como una bendición. Allí triunfó la bondad, no hay ninguna duda, y es la prueba irrefutable de su existencia.

Permítame entonces que desde este diario que es mi casa desde hace 60 años, le haga llegar mi mejor deseo. Sea usted beneficiario de tanta bondad como yo lo he sido. Porque de su mano también llega el perdón, si hiciera falta, y vaya si nos hace falta a los hombres que el prójimo perdone nuestros errores. Caminando junto a ella nace la solidaridad, el entendimiento, el aceptar razones ajenas, el esfuerzo por el diálogo y la comprensión. Quizás allí radique el verdadero sentido de la Navidad. Para los creyentes y para quienes no lo son, porque al fin de cuentas igual es nuestro hermano. Que la Nochebuena sea efectivamente eso: el triunfo definitivo de la bondad. Usted y todos lo merecemos.                     

Víctor Agustín Cabreros.