De patios baldíos malvones caracoles trampolines mandados sin vueltos siestas de verano bicicletas autitos siderales en un parking de la luna y más cosas entrañables, sin pausa, así, se componen, entremezclan y siguen reproduciéndose los mejores recuerdos de los hermanos Doorish, porque la patria es la infancia y vuelve a quedar recontra claro en el cuerpo de canciones con que los urdampilletenses nutrieron, el viernes, su nueva versión de Microclimas, una suelta de música y palabras que lanzaron al viento del público local en el auditórium de la Biblioteca Rivadavia.

Rafael en voz y guitarra, y Alejandro en relatos y poesías (aunque él aclaró que no escribe poemas), pergeñan un entramado cruzado por el perfume de la nostalgia y un minimalismo cuasi desusado en tiempos de gritar para hacerse oír. Canciones poderosamente chiquitas que llevan la firma de ambos, y que -en muchos felices casos- recorren el país con punto de partida en un patio zarpado en simpleza o una plaza urdampilletense, a diferencia de Charly siempre más cerca del tren que del avión, aunque el bueno de Rafa también ha probado con volar, y dos veces seña de que le gustó, a la conquista de la hermana patria azteca.

La primera parte del recital se nutrió de canciones nuevas, que derivarán en el segundo disco de Rafa, sucesor de Molino, en avanzada etapa de gestación por lo que la dupla dio a entender. Una de ellas fue 1986, en la que la afilada pluma de Ale dice que ‘la memoria tiene mañas /que la guadaña no sabe podar’, y otra vez la referencia a cosas que les ocurrieron en su pago chico, esa ‘Urdampilandia’ donde tramaron las fantasías que hoy los guían, como la utopía que ayuda a caminar. Otra narra una ocasión en la que el cantante cruzó el mar a crol (así se llama, Crol), pero en la otra orilla no estaba quien buscaba. (Bueno, al menos habrá conservado un sorbo de esperanza. Peor le pasó a Calamaro, cuando le espetaron un ‘loco, estás mojado, ya no te quiero, ah ah ah’.) Ambas fueron estrenadas por Rafa el domingo 9 de julio en el teatro El Mangrullo, cuando junto a Raúl Chillón teloneó a Hugo Fattoruso.

Changarín y Medianera son dos que están en Molino, el disco porteño del cantante de fines de 2021, que los hermanos acomodaron en la segunda y última parte de este concierto en la Rivadavia, dedicada a piezas conocidas por el público que lo/los sigue.

En el menú fulguró una inspirada en los abuelos (¿o los bisabuelos?) paracaidistas vascos de los hermanos. Antes de abrir el regalo de ese tema, Rafa contó algo alusivo, en una noche en la que su familia -y su gratitud hacia ella- estuvo muy presente/muy viva.

La sala lució cubierta en un ochenta por ciento, redondeando, con el ‘aroma’ electoral impregnándolo todo. Fue un encuentro óptimo para corazones sensibles y facilidad para la melancolía, que, como bien definió Yupanqui, es “un dulzor amargo”, la tristeza por lo que ya no será, en maridaje con la paz de saber que, mientras algo viva en uno, tiene ganada la eternidad.

Organizó la Asociación Musical; fue su quinto concierto 2023, el primero con artistas locales en lo que va de un año que ya empieza a irse, y esto no es una exageración porque sabemos que a partir de agosto los días van haciéndose más largos desde el punto de vista de la luminosidad solar, pero parecen mucho más breves.

Chino Castro