2 de abril de 2025

ESPECTÁCULOS

ESPECTÁCULOS. Un pájaro metálico cruzó por Bolívar

Javier Malosetti y su banda brillaron en Dublin.

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por
Chino Castro


Disuelta por postura propia su lumínica identidad en un proyecto de tres, que es siempre más que dos acompañando a uno, Javier Malosetti deslumbró en su segunda vez en Bolívar, el sábado en un Dublin bar abarrotado de gente -mucha foránea- que flotó durante un par de horas en un burbuja blindada a "todos los males de este mundo", para parafrasear a Spinetta aludiendo al primer tema de Luis que Javier tocó con él en un ensayo de enero de 1989, cuando se incorporaba a la banda que saldría a las rutas argentinas con el disco Tester de violencia.

El trío son Malosetti en bajo y voz, Bruno Di Lorenzo en guitarra y Mateo Otonello en batería. Un legítimo triángulo arrancacabezas con su polentoso brebaje de jazz y rock, pero a la vez una ajustada máquina de precisión, como un reloj asesino del que relampaguean 'cuchilladas de amor', diría Fito. Un equipo, en lenguaje futbolero arcaico, con tres 'manijas', como el Estudiantes de Bilardo en el '83 (faaa), que se reparten los solos y las bases. Primal, al hueso, una síntesis; sin teclados, vientos ni coros; trepidante pero no exigido.

Tras la introducción con una de la Mahavishnu Orchestra que a Malosetti le gusta para abrir sus conciertos (ama a esa banda), el trío atacó con Nexus, adelanto del inminente primer disco del combo, que se titulará así; Pequeño Walter, seguramente una evocación de su padre, el soberbio guitarrista de jazz Walter Malosetti, y al toque El Benja, que con otra formación el bajista y cantante registró en su disco Envés, de 2012.

A esta altura del recital redondamente organizado y producido por Cable a Tierra, ya cada músico había tenido espacio para hacernos levitar con sus solos: en simbiosis con Javier, Otonello y Di Lorenzo son dos bestias que defienden cada canción como a un tesoro en el que les va la vida; en particular el baterista, un uruguayo que lleva el ritmo en la sangre, como corresponde a nuestros hermanos orientales, y que acá lució como un auténtico demonio de los parches. Es que este trío se desenvuelve y se multiplica en un ring ideal, digamos, haciendo un uso siempre artístico y nunca acrobático de una demoledora destreza técnica con la que transmite complejidad con sencillez.

Malosetti tocó todo el recital con su bajo celeste, 'Rama', construido para él por el lutier Ramiro, alias Rama. De mango angosto, tres micrófonos y un perfil "bastante violita", según describió su dueño a Goura en una charla que puede saborearse en YouTube. Un instrumento que "es retro y futurista a la vez", y que en Dublin fue puro incendiario presente, pero un incendio sutil, si cupiera el oxímoron, que abrazó sin abrasar.

La paliza rockera prosiguió con una balada a las mascotas, "esas mascotas con alto poder de cariño", según introdujo un Malosetti que aderezó lo estrictamente musical, impecable por donde se lo mire, con una comunicación afable con el público, diciendo lo justo y necesario mechado con algún toque de humor siempre a mano. Calidez que no perdió ni siquiera en algún instante en que estuvo a punto de cabrearse, gracias a los 'servicios' de gente que charlaba como si estuviera en una plaza sin un concierto al lado ni nadie alrededor, y en particular de un optimista del gol pero con la pólvora mojada, que le gritó cuatro veces lo mismo: "De ser simpático a pesado hay una línea", le espetó el destinatario de sus intentos, ingeniándoselas para no resignar el buen genio. Nunca faltan los que pugnan por su minuto de celebridad gritándole algo a un famoso en pos de que le festeje la intervención, y con tanta adrenalina que ha corrido arriba y abajo de los escenarios en seis décadas de rock, hasta son necesarios como figuras decorativas de los conciertos.
El momento más estremecedor de la noche floreció con Javier solo en escena, tocando y cantando en carne viva No navegaré nunca más, canción de la película Toy Story.

Una perlita en una noche de brillos y de sociedades, porque acá estamos en presencia de una alineación en la que su líder comparte generosamente el espacio con sus socios, lo que contribuye a refrescar su hacer artístico y mantenerlo a salvo del oscuro fantasma de la fosilización.
La producción de Cable a Tierra volvió a dar la talla en una fecha grande, y esto es mucho decir porque estamos en presencia de gente en la que confiar. Esto incluye al sonido de MB (Moura-Blandamuro, este último también a cargo del asadazo que se morfaron al mediodía), operado por el eficaz Sergio Ramírez (que a su vez se prodigó como chofer, yendo a Baires esa misma mañana a buscar a los músicos). Sólo podría señalarse algún desperfecto por el que la guitarra sonó bajo en un par de temas, un trastorno rápidamente subsanado. También corresponde destacar la buena atención de la gente del bar, con equipo reforzado para la ocasión.

Para el lapso final de un espectáculo de una hora y media, se guardaron That Old Feeling, un standard de jazz tocado sin el violero en escena (del disco Electrohope, 2009), y Fire, de Jimi Hendrix, el único bis, con el que coronaron la performance dejando todo en llamas.
En su segunda ve acá, Javier Malosetti ganó, goleó y gustó. Su trío resultó un Atila bueno, se me permitiste aquél oxímoron permitime también éste, qué joder: un guerrero que a su paso, en vez de tierra arrasada dejó almas fidelizadas, de gente en cuyas vidas acaso entró para siempre.

Todo, en un concierto sin concesiones, pasándose por el estuche del bajo aquello del 'una que sepamos todos', porque acá nadie conocía nada e igualmente la sensación de plenitud al final, de haber sido parte de algo que no olvidaremos, nos embriagó a todes. Toda una declaración artística de principios de un Malosetti que demostró con su decisión de no arrojar centro fáciles u obvios ser un buen alumno de su maestro Luis Alberto Spinetta, de quien no tocó nada contrariando a algunos que esperaban eso (el deseo de que versionara algo de Luis flotaba calladamente en el ambiente), y ése fue, quizá, su mejor homenaje al 'Flaco'.

¡Ah!, la primera vez suya en tierra bolivarense ocurrió en el Coliseo, hace mil años y como pibe tras los parches de Swing 39, el grupo de su padre Walter, según la granítica memoria de nuestro amigo baterista Jorge 'Patita' Suárez-Llull.

Saciarse de arte es algo para agradecer. En esta y en cualquier época, en esta vida, en una anterior y en alguna por venir. Y sí, una paliza rockera es un 'pesto' dulce, en este tiempo de palizas nada figuradas, pasate un miércoles por la Plaza de Mayo y me contás lo que ya sé. Por fortuna aún tenemos la música y a gente como Malosetti-Di Lorenzo-Otonello, los tres vértices de ese pájaro metálico que cruzó por Bolívar mostrándonos que, más allá de toda oscuridad, siempre hay otro cielo posible.

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